Opinion | 15 Ago Momentos de crisis internacional, como en la actual coyuntura, pese a sus implicancias negativas desde el punto de vista socioeconómico, son a la vez un escenario de oportunidades para desmantelar o corregir esquemas estructurales partiendo de un punto mínimo, bajo y por lo tanto menos traumático para incorporar reformas que permitan un mejor perfil ante el futuro.
Es decir que cuando se está muy cerca del cero y hay ya poco más para perder, es posible, con una actitud desprejuiciada y firme, pero a la vez con inteligencia y creatividad, buscar alternativas al escenario vigente hasta el momento y cuyas falencias seguramente han contribuido a la debacle.
Es cierto, todavía debe afrontarse un statu quo y factores estructurales que no hacen para nada fácil revisar procedimientos a efectos de no recaer en errores, y este es precisamente el punto de inflexión de las crisis, para que de las mismas se emerja con un panorama que genere perspectivas más alentadoras para los países involucrados.
En el caso de la crisis financiera internacional, que tuvo su origen en la debacle inmobiliaria en Estados Unidos, hay naciones que han resultado más afectadas que otras, y precisamente el perfil de la encrucijada ha sido determinante para que los países industrializados resultaran los más afectados en su actividad, con la consecuente caída del Producto Bruto Interno y aumento del desempleo, contrariamente al escenario más estable que se ha dado en América Latina, donde a la vez había menos que perder, y por lo tanto el pico de la crisis, que parece haber entrado en una meseta y hasta dado algún atisbo de reversión, no ha generado las consecuencias que se habían temido en un primer momento.
Incluso en algunas naciones europeas, como Alemania y Francia, en el último trimestre se ha percibido un leve repunte del PBI, lo que pese a no ser determinante todavía, por lo menos indica una luz al final del túnel, cuya extensión todavía no se ha podido establecer, pero que podría ser más corto de lo temido en una primera instancia. Ocurre que cuando se de esta reversión ya en forma consolidada, quienes primero se recuperarán serán precisamente los más afectados, es decir los países ricos, desde que tienen estructuras que les permiten poner en marcha su economía prácticamente en forma automática, al estar por encima de vulnerabilidades que en cambio son notorias en áreas como América Latina, a la vez de contar con reservas que les dan margen de maniobra para reacomodar sus economías a las exigencias de la situación.
En el mismo sentido, naciones emergentes como India y China, y en menor medida Brasil, apuntan como mercados en los que crece una clase media que tendrá mayor demanda de consumo de mejor nivel, al punto que el secretario general iberoamericano, Enrique Iglesias, expuso en un seminario sobre el impacto y las perspectivas de la crisis económica internacional, que se formará un nuevo modelo de negocios con “grandes oportunidades para la región”, ya que por ejemplo se espera que 600 millones más de asiáticos ingresen a la clase media, impulsando la demanda de consumo sofisticado.
El economista compatriota también dio en el clavo al subrayar que el Mercosur no debe ser la principal inserción externa del Uruguay, y evaluó que “debemos buscar objetivos menos ambiciosos para tener menos frustraciones”, aunque evidentemente no se trata tanto de objetivos y/o frustraciones, sino de tener políticas que nos permitan liberarnos de ataduras regionales a través de una diversificación que es vital para naciones como Uruguay.
Lamentablemente, nuestro país ha ido perdiendo competitividad con los países de afuera de la región y apenas la ha mantenido o perdido en menor medida con las naciones que integran el bloque. De manera que el desafío planteado para satisfacer por ejemplo las demandas de consumo de las clases medias de los países emergentes tras la crisis es, precisamente, ser más competitivos y dejar de pensar en el Mercosur como destino natural, para situarnos realmente en el escenario internacional, en lugar de seguir actuando como furgón de cola de Argentina y Brasil.