Paysandú, Jueves 20 de Agosto de 2009
Locales | 16 Ago (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). Hoy, cuarenta años después, es relativamente sencillo escribir sobre aquel increíble acontecimiento. Pero no entonces. Hoy es relativamente fácil reflexionar sobre las consecuencias del padre de todos los conciertos. Pero no entonces. Hoy es simplemente un ejercicio reflexivo. Pero entonces, entonces no.
Se cumplen cuarenta años de Woodstock, aquel concierto que congregó a medio millón de jóvenes, aunque en realidad se esperaban 60.000; aquel
concierto que se llamó así porque se iba a realizar en Woodstock, Ulster County, New York, pero terminó haciéndose en Bethel, Sullivan County, New York, un pueblito que hoy mismo tiene menos de 5.000 habitantes.
El festival, como no, se convirtió en un ícono de una generación de estadounidenses hastiada de las guerras, que pregonaban la paz y el amor como forma de vida y mostraban su rechazo al sistema.
Aquellos soñadores de entonces creían fervientemente en el pacifismo, el amor libre, la vida en comunas, el ecologismo. Amaban la música y las artes. Eran felices de tener ideales, aunque no tenían teléfonos celulares, ni netbooks, ni página en Twitter o Facebook.
La sociedad, mucho más conservadora que la estadounidense actual, lo que es mucho decir, no supo que pensar de Woodstock, mientras artistas como Richie Havens (que abrió el festival), Joan Baez, Credence Clearwater Revival, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Janis Joplin, John Sebastian, Santana y The Who, entre muchísimos otros, subían al --para los estándares de los shows actuales-- precario escenario. Apenas si se pudo pensar que era una concentración hippie con música,
drogas y sexo libre; el grito de una generación desperdiciada, lejos de lo que la sociedad esperaba (estudiar, trabajar, formar una familia, comprar una casa en los suburbios). Pero apenas pocos días después, la sociedad tuvo que reconocer que Woodstock había sido mucho más que eso. Que en verdad, sin proponérselo, ese medio millón de locos de pelo largo estaban proponiendo un cambio cultural y político, estaban pidiendo ser
escuchados. Era, ni más ni menos, el nacimiento de “otra” nación, no precisamente aquella filmada por David W. Griffith.
Claro, casi no tengo recuerdos personales de Woodstock. Tampoco se como trató la prensa uruguaya de entonces al festival. O si tuvo siquiera espacio para hacerlo, en medio de la “guerra” contra los Tupamaros, en pleno gobierno de Jorge Pacheco Areco. Apenas si me preocupaba por cumplir (más o menos) con lo que pedían los profes en el liceo, y ni siquiera había tele en el hogar de Gervasio y Berta, mis
padres.
Han pasado ya cuarenta años. En la historia del mundo y en mi propia vida (¿no será tiempo de subirme al DeLorean con sus alas de gaviota y volver a alguna parte de mi vida, para enmendar algunos errores pero especialmente para volver a vivir lo vivido?). En ese mismo año el hombre pisó la Luna y James Mason perpetró sus crueles asesinatos, los Beatles dieron su último concierto sobre el tejado, y se había ya realizado el primer concierto “Zip to Zap”, en Zap, Dakota del Norte, considerado como el ensayo para Woodstock.
La historia siguió escribiéndose pacientemente día a día. Hoy, los jóvenes siguen queriendo cambiar al mundo (¡pues échenle ganas!) y la música su gran idioma universal. Ahora mismo se acaba de desatar una polémica padre porque el cantante colombiano Juanes ha anunciado que quiere realizar un concierto por la paz en la Plaza de la Revolución, corazón del régimen castrista en La Habana.
Antes hizo un primer concierto para “fomentar la unión entre los
pueblos’’ en la frontera colombo-venezolana para disipar tensiones, rechazar la violencia, el secuestro y las minas antipersonales. Pero esta vez, el hecho de que la convocatoria sea un concierto por la paz y no por la libertad de los cubanos, que es para los cubanos en el exilio el gran tema, ha provocado casi una tormenta tropical y podría
convertirse en huracán.
Juanes, casi tan ingenuo como aquellos jóvenes de Woodstock que hoy piensan en su cercana jubilación, pues caminan ya por sus 60, pregunta en su página de Twitter: “¿Por qué le molesta al mundo cuando se habla de paz?”, pero en realidad él mismo trata de esconder el verdadero meollo del problema. Aunque en general en los países suda mericanos existe el criterio de
que hoy por hoy Cuba tiene un gobierno libre y democrático, en realidad los millones de cubanos en el exilio aquí se han encargado de poner las cosas bajo otra perspectiva, exponiendo un régimen opresor, tanto que incluso para el concierto de Juanes ha intervenido en la lista de artistas invitados y prohibido cualquier alusión a la libertad en el escenario. Lo que los cubanos quieren es un concierto, digamos, que --como Woodstock- imponga un alto grado de conciencia social en torno a la libertad en todas sus acepciones --de reunión, asociación, traslado, expresión y de prensa-- un valor absoluto, avasallado grotescamente desde hace 50 años. Pero probablemente Juanes cumpla de todas formas su propósito. La historia está por escribirse. Como una vez lo estuvo para Woodstock, cuyo camino tampoco fue sencillo y donde sobraron los detractores. Quizás, después de todo, el concierto de La Habana haga historia y dentro de cuarenta años estemos escribiendo (confianza que se tiene uno) sobre ese aniversario del concierto de Juanes. ¿Quién puede saberlo? La historia aun está por escribirse.
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