Paysandú, Viernes 21 de Agosto de 2009
Opinion | 18 Ago Basta con echar un simple vistazo a cualquier ciudad para obtener información sobre su pasado y presente económico, así como sobre las características y el nivel cultural de sus habitantes. Una ciudad con elevado perfil arquitectónico remite a prosperidad económica, mientras que otra con numerosa y variada oferta cultural nos habla de las inquietudes, la formación y el gusto de su gente; aunque también del grado de desarrollo de la industria turística. La pulcritud de las calles y el funcionamiento del tránsito también representan pistas útiles para establecer el grado de compromiso de una comunidad para con los intereses de la mayoría. Esta diferenciación nos permite conformar dos grandes grupos: “ciudades para disfrutar” y “ciudades para padecer”.
Paysandú, con un patrimonio arquitectónico que remite a un pasado de pujanza económica, fue transformándose de acuerdo a las circunstancias que los nuevos tiempos trajeron consigo. Un breve recorrido por sus barrios céntricos revela una evidente preocupación por la inseguridad, ya que un alto porcentaje de las viviendas se erige detrás de intimidantes enrejados o están protegidas por sistemas de alarma. La proliferación de “cuidamotos” en las zonas céntricas también revela el temor por los robos, mientras que la presencia de policías enchalecados en las esquinas remite a la preocupación de las autoridades por la prevención del delito. Si nos concentramos en el tránsito, queda claro que las normas que lo rigen son respetadas únicamente por un bajo porcentaje de la población y que el flujo vehicular es poco menos que caótico. Esta es la ciudad de las rejas, los semáforos, los “no tire basura” y los “no estacionar”, y sin embargo también de los transgresores contumaces. Usted, como tantas personas que respeta las normas, vive honestamente, paga los impuestos y anda por esta ciudad sin agredir el derecho de los demás, seguramente pensará que tanta señalización y anuncio coercitivo no tiene razón de ser. Pero lamentablemente debemos resignarnos a que vivimos en una comunidad pensada, desde lo administrativo hasta lo urbanístico, para quienes desconocen las normas y se burlan de cuanta estrategia se introduce para obstaculizarlos. Vivimos, claro está, en la “ciudad ajena”.
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