Paysandú, Sábado 22 de Agosto de 2009
Opinion | 19 Ago La crisis financiera mundial y la caída de los mercados internacionales prácticamente no ha dejado rubro de exportación sin afectar, y uno de los más complicados sin dudas es el de la madera en sus respectivos subrubros, desde que la caída de actividad ha repercutido directamente en la inversión y la retracción de expectativas.
Así, de acuerdo a la información divulgada por la Oficina de Programación y Política Agropecuaria (Opypa) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, al cierre de 2009 el ingreso por exportaciones totales del sector forestal se vería reducido en unos 60 millones de dólares, en tanto en los doce meses cerrados a abril pasado, la caída llega hasta el 60 por ciento, dependiendo de cada subsector.
Los datos proporcionados por esta dependencia dan cuenta que respecto a madera rolliza, la reducción de las exportaciones no ha sido muy importante, observándose la mayor reducción en los chips de madera, donde los volúmenes exportados cayeron casi 60 por ciento, mientras los de madera aserrada y contrachapados de madera disminuyeron 31 y 27 por ciento respectivamente.
Estamos por supuesto en una situación coyuntural, cuya incidencia es más gravosa en caso de emprendimientos que trabajan sobre ejes críticos de rentabilidad y tienen serios problemas estructurales como consecuencia de la competencia de productores de otras latitudes, sobre todo asiáticos, como es el caso de la industria de la vestimenta y los textiles, entre otros, pero en lo que refiere a la madera el perfil tiene otras alternativas y precisamente sus ventajas son de orden estructural, lo que cambia de forma radical el pronóstico.
El informe de Opypa justifica la excepción para la madera rolliza por el consumo que ha significado la planta de celulosa de Botnia, la que ha continuado produciendo pese a la reducción mundial de la demanda y la baja en los precios. Este elemento debe evaluarse a la luz de lo que sucede en este rubro en otras latitudes, desde que la situación de mercado ha determinado el cierre o la reducción de los niveles de producción de algunas plantas de celulosa, sobre todo del Hemisferio Norte, donde precisamente los costos de producción son mayores y por lo tanto menor su competitividad.
Este es precisamente uno de los elementos estructurales a que nos referíamos, por cuanto el Uruguay tiene ventajas comparativas para la explotación forestal debido al régimen de crecimiento de especies como el eucalipto, que adquiere dimensiones muy considerables ya a los 15 a 20 años, lo que contrasta visiblemente con la lentitud de implantaciones como coníferas en otras latitudes, y que por ende encarece la inversión y los costos de producción.
Quiere decir que extrañamente en el Uruguay, que se conocía como “el país sin árboles”, de llanuras y colinas prácticamente descubiertas de otra vegetación que no fueran arbustos y malezas, con muy escasas superficies de montes indígenas, se ha logrado a partir de la Ley Forestal de 1988 la cobertura de unas 700.000 hectáreas de eucaliptos y pinos con destino a la industrialización, lo que permite que una planta de celulosa como la de Botnia pueda seguir trabajando en plena crisis, mientras las de los competidores del norte cesan su actividad.
Claro que no solo de celulosa puede vivirse en la madera, y que es preciso incorporarle mayor valor agregado para que realmente se recicle en el país la riqueza proveniente de los bosques, que curiosamente es consecuencia de la única política de Estado vigente en Uruguay, en una apuesta a largo plazo que comenzó con las ventajas impositivas y exoneraciones instrumentadas para una inversión que comienza a amortizarse recién a los veinte años, y que ha tenido continuidad en gobiernos de todos los partidos políticos, incluyendo en el Frente Amplio, que en su momento había votado en el Parlamento contra la instalación de la planta de Botnia.
Felizmente, aún en las coyunturas adversas como la actual, el pronóstico de mediano y largo plazo para la industria forestal es muy bueno, lo que revela la visión y la actitud que tuvo en su momento el sistema político para acordar hacia el futuro, por encima de cintillos partidarios, en una cruzada en la que por fin primó el interés general por sobre los egoísmos y “el país del no se puede”.
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