Paysandú, Lunes 24 de Agosto de 2009
Locales | 21 Ago Desde la ruta se alcanza a distinguir un grupo de precarias construcciones que en un tiempo quisieron ser pueblo. Pero hoy la desolación domina su territorio y solo aquellos que conocieron su origen recuerdan su nombre, que pronuncian casi al pasar, balbuceando y con cierto temor de que alguien se burle.
El Chispa o Sacachispas se levanta a unos quinientos metros al norte del mojón 93 de la ruta 26. Para ubicar a todos aquellos que desconocen el lugar, debemos citar a la Posta del Gualeguay como punto de referencia frente a la ruta y al centro poblado Puntas de Buricayupí, que se descubre a unos seis kilómetros campo adentro, hacia el noroeste del punto citado. Por momentos imaginamos que al lugar le pusieron nombre solo a efectos de que no desapareciera del mapa, aunque ello no fue suficiente y el inexorable paso del tiempo lo sentenció. Sobre el origen del nombre, una leyenda cuenta que surge de las chispas que producían los cuchillos en los cruces y duelos criollos. ¿Qué lugar ocupan estos pobladores en la comunidad rural? ¿Hasta dónde llega la dimensión del orgullo del ser oriental en estos pagos, cuando casi nadie se acuerda de ellos? Seguramente nadie lo sabe a ciencia cierta.
Por momentos todo se confunde. A un costado del trazado asfáltico el sol se descubre, el viento parece llevarse todo lo que se cruza en su camino y un par de paisanos pasan al trotecito contra la alambrada levantando amigablemente su mano en señal de saludo. Mientras, por la ruta, a unos pocos cientos de metros solo se escucha el zumbido de los más modernos automóviles que van devorando kilómetros a considerables velocidades, como si pretenecieran a otro mundo.
El caserío de ranchos modestos, de similares características a un asentamiento en los suburbios urbanos, hoy se encuentra casi vacío, enclavado en un paisaje indócil y caprichoso. Según se desprende de la versión oral de algunos de los vecinos de la zona, Sacachispas fue cobrando forma con los ranchos de peones que trabajaban en estancias cercanas y se fueron afincando en cercanías del arroyo Buricayupí. Poco a poco se fueron levantando las modestas viviendas, que nunca llegaron a proyectarse como un centro poblado de consideración.
Alcides Gutiérrez, un vecino de 39 años casado y padre de seis gurises –cuatro mujeres y dos varones– nos relató parte de su vida y cómo es el entorno de un lugar que, como él mismo dice, “ya casi nadie visita”. El hombre vive de changas en establecimientos cercanos y la mañana que lo visitamos estaba cortando unos leños para calefaccionar su hogar. Cinco de sus hijos concurren a la Escuela 18 y el servicio comedor ayuda en parte a la subsistencia de los gurises que van al establecimiento escolar. En los alrededores habitan cuatro familias, unas quince personas en total. Seguramente la vida por estos territorios no es fácil. El invierno ha sido muy duro y seguramente lo ha sido aún más para estas personas.
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