Paysandú, Viernes 28 de Agosto de 2009

En el Interior pensamos distinto

Opinion | 23 Ago El centralismo, que se inscribe en la “montevideanización” del Uruguay a través de una visión eminentemente distorsionada de la realidad del país, está hondamente arraigado en la sociedad capitalina, y por supuesto, esta concepción también ha prevalecido en la concepción política, desde que los gobiernos de todos los partidos han priorizado la óptica unidireccional desde el sur del Santa Lucía para conducir los destinos nacionales.
Estamos por cierto ante un tema de larga data, desde los albores de la nacionalidad, pero a la vez siempre vigente porque una y otra vez se reafirma esta actitud en las decisiones y la extrapolación de situaciones, como si el país fuera uno solo: el de Montevideo.
En el caso de la política, es evidente que la enorme mayoría de los cargos de gobierno es ejercida por personas que han surgido y se han forjado en estas lides en el microclima capitalino, y por ende reafirmado esta concepción, de la que no se han apeado pese a que es frecuente que quien más quien menos reconozca que es preciso cambiar los ejes de la discusión del país sacándola hacia el norte del Santa Lucía, solo para encontrarnos con que no se pasa de los enunciados y que la realidad va por carriles muy distintos.
Tenemos por ejemplo a un candidato presidencial como José Mujica que ha predicado como una verdad absoluta por todo el país que el dilema de la elección del 25 de octubre está entre “La Teja y Carrasco”, por entender que los barrios de trabajadores son votantes de la coalición de izquierdas y que los estratos de clases medio altas y altas son votantes de los partidos tradicionales.
Empero, el ex ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, como muchos de los dirigentes de su partido y de la sociedad capitalina, le erran de medio a medio en su apreciación, porque en el Interior estos elementos están en las antípodas de la realidad, aunque se insista interesadamente en difundir esta visión para poner el acento en la lucha de clases y encolumnar detrás de determinadas corrientes partidarias a las personas menos favorecidas.
Por supuesto, en el Interior sabemos que se está en un manejo maniqueísta de la realidad, por intereses electorales, porque basta recorrer las zonas urbanas, las pequeñas ciudades y localidades de áreas rurales, para evaluar que los partidos tienen seguidores en todas las capas de la sociedad, cualquiera sea su formación cultural y nivel de ingresos, lejos del esquema que se pretende hacer ver desde Montevideo.
En reafirmación de esta percepción que tenemos en el Interior, un estudio de Equipos Mori, sobre el que dio cuenta su director, Ignacio Zuáznabar, indica que “no existen en Uruguay partidos basados en clases sociales en el sentido tradicional del término. Nadie tiene el monopolio o mayoría aplastante entre los pobres, los ricos o los estratos medios. Todos los partidos tienen niveles de captación muy razonables en todos los segmentos”.
Evaluó así que en los estratos bajos el Frente Amplio tiene menos de la mitad de los votos y no supera el 40 por ciento, en los estratos medio bajos las simpatías se dividen por mitades entre la coalición y los partidos tradicionales, en tanto en los medio y en los medio altos el Frente Amplio tiene mayoría frente a los partidos tradicionales. En los altos, que representa solo un 3 por ciento de la población, la ecuación se revierte y la mayoría es para los partidos Nacional y Colorado.
Según Zuáznabar, “no es correcta la visión de que el FA tiene un caudal mayoritario en los estratos bajos”, y estima que esto obedece a “una mirada muy montevideana” del tema, y que por supuesto no es nueva.
Y más allá de algún punto más o punto menos, de lo que se trata es de poner las cosas en sus justos términos, porque no hay partido que sea patrimonio exclusivo de un sector social, sino que las colectividades partidarias están enraizadas en todos los sectores de la sociedad, por más interés que haya en presentar una elección como una lucha entre pobres y ricos, cuando no la es.
En cambio, sí se reabre en cada elección para el Interior el desafío de optar por los mejores candidatos para atender las reales necesidades del país profundo, de igualar hacia arriba en favor de los ciudadanos “de segunda categoría”, y este es el aspecto en el que los votantes del área “metropolitana” deberían centrar sus inquietudes, por encima de partidos, para no seguir postergados a la hora de las decisiones.


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