Paysandú, Viernes 28 de Agosto de 2009
Locales | 28 Ago Unos quinientos metros al este del mojón 410 de la ruta nacional 3 se levanta el establecimiento de don Roque Sosa. Productor de la zona de Queguayar, ha destinado muchos años de su vida al proyecto de un pueblo que reconoce en él a uno de los pobladores referentes del lugar. Amor propio, orgullo y vergüenza; conducta, actitud y ganas. Tal vez estos calificativos sinteticen parte de los valores que tanto sus padres como el propio Sosa han mantenido en alto durante toda la vida.
Está por cumplir sesenta y tres años y es el mayor de seis hermanos. Casado con Laura Aguzzi, son padres de cuatro hijos y abuelos de seis nietos. Remitente a PILI, posee un pequeño tambo que hace posible el sustento familiar. La tarde que lo visitamos estaba radiante y luminosa, en un invierno que agoniza en sus últimas semanas.
Como nos ha ocurrido tantas veces, este vecino rural nos recibió con esa amabilidad que solo conserva el hombre de campo. En este caso, muy pocas preguntas y abundante relato, disparado por una impronta cargada de inagotables anécdotas y recuerdos que refuerzan su condición de hombre de campo. Mientras en un pequeño corral las vacas aguardaban la hora del ordeñe y observaban curiosas a los visitantes de turno, don Sosa aceptó la propuesta de charlar de su vida. En su introducción nos confesó que “después de haber pasado la barrera de los sesenta, me estoy preocupando por hacer aquello a lo que tengo derecho antes de comenzar a trabajar. Después que he burreado bastante me estoy dando cuenta de las cosas. En este país tenemos una de las más grandes riquezas y no la sabemos usar”, dijo, haciendo referencia a la tierra y al agua. Esa convicción ha llevado a este productor a comprometerse con la causa y, por lo tanto, a entregar mucho a un noble compromiso “que bien vale la pena, aunque hoy las cosas marchen más o menos”.
Ni las adversidades económico financieras, ni los propios avatares de la vida fueron capaces de provocar que este hombre bajara los brazos. En su intenso relato cobra vida don Pedro Doroteo Sosa, su padre, que nació en las costas del arroyo El Llovedor, afluente del Don Esteban, en la Estancia La Esmeralda, en cercanías a Young. Su madre es originaria de Cañada del Pueblo, por los campos de Guarapirú.
Don Roque sostiene que “su progenitor supo trabajar en el establecimiento de don Antonio Durán Rubio. Ya por el año 1942 se fue haciendo conocer con los vecinos de la zona y organizó un equipo de fútbol a efectos de contar con un motivo socializador entre los habitantes del lugar. Eran tiempos en que estos campos estaban dominados por las estancias y se fueron poblando rápidamente. Los Beramendi, Giordano, Guigou, Torrez, Benedetti y Gauthier fueron los primeros en llegar a estos territorios”, añade.
La Rinconada, María Blanca, María Marta, Santa Carolina, La Juanita, La Armonía, La Vanguardia y El Tropezón son las estancias del entorno, y las que los vecinos toman como referencia para orientarse territorialmente. Mientras la mirada de don Roque recorre detenidamente parte de esos campos, evoca la figura de su padre, fallecido a los setenta y tres años y de quien rescata su verdadero compromiso con los vecinos. “En los orígenes domaba caballos y plantó avenales. Y poco a poco se fue haciendo de algunos caballos para el arado. Hoy casi no quedan testigos de aquellos sacrificados comienzos. Es que ya no queda gente de su edad. Fue un hombre entregado de cuerpo y alma a la causa rural, a pesar de que le faltaba una pierna de nacimiento. Integró comisiones de escuela, formó una comisión de Fomento, fue presidente de la escuela de Araújo y fundador de la zona, formó un equipo de fútbol, impulsó la cooperativa Queguayar y presidente en la junta. Definitivamente, todo un hacedor y de una energía inagotable. Donó los terrenos donde se erigió el complejo Mevir que reagrupó a los vecinos de Queguay y Araújo. Fue, junto a Juan Domenech, Oscar Basilomone y Gonzalo Durán del Campo, uno de los que trajo la energía eléctrica para Queguay, en tiempos del capitán Garat”. Definitivamente todo este grato recuerdo llena de orgullo a este vecino de la zona de Queguayar, que estuvo de acuerdo en contarnos parte de un valioso pasado de gente comprometida con el territorio y con sus semejantes, en tiempos cuando la gente se manejaba con otros códigos de convivencia.
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