Opinion | 01 Sep En medicina, al referir a períodos de tiempo que pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte, suele hablarse de “segundos vitales”. Quienes día a día, en el papel de peatones o conductores, salen a las calles uruguayas, comprenden muy bien ese concepto, ya que lamentablemente nuestro país sigue ostentando elevados porcentajes de siniestralidad vial, que en gran medida se explican por la creciente imprudencia. En la calle, por diferentes razones, la vida de los uruguayos se ha vuelto particularmente frágil. Aún cuando respetemos las ordenanzas y hagamos nuestra seria contribución al correcto desarrollo del tránsito, estamos más expuestos que otros ciudadanos del mundo.
Esta situación, analizada hasta el hartazgo, intenta ser revertida a través de la Ley de Tránsito, pero lamentablemente muchos uruguayos continúan situándose al margen de las normas, haciendo que muchas personas, resignadas, opten por adoptar la misma conducta transgresora.
Pero están sucediendo cosas muy graves. Estamos admitiendo el delito y los accidentes como parte de nuestra cotidianeidad, pero además, de un tiempo a esta parte, estamos acostumbrándonos a las interminables demoras para el arribo de asistencia médica en caso de accidente de tránsito. A tal punto hemos llegado. Observamos con pasividad cómo autoridades y empresarios se “pasan la pelota”, rezamos porque “no nos toque” y seguimos renunciando a nuestros derechos como ciudadanos. Conocemos la fragilidad de la vida, incorporamos el concepto de “segundos vitales”, pagamos nuestros impuestos, pero podemos morir en la calle esperando por una ambulancia que quizá no llegue o lo haga cuando ya sea tarde.
Pasividad ante el delito o ante políticas impopulares puede, de alguna forma, admitirse. Pero indulgencia ante la desidia que pone en peligro la vida, ya es el colmo del “no te metas” y del “mirar hacia otro lado”.