Paysandú, Viernes 04 de Septiembre de 2009
Locales | 28 Ago La fachada de un edificio reciclado esconde un pasado productivo de tiempos en los que el movimiento de la zona de Queguay y Araújo mantenía activos a los productores del lugar. Precisamente, una cooperativa fue el referente de gran parte de lo que en las chacras y estancias se generaba a través de la producción agrícola ganadera. Hoy, los viajeros que cruzan por el lugar pueden compartir algunos instantes saboreando alguna minuta al paso o disfrutar de un buen trago, aunque difícilmente los diálogos rescaten un pasado que hace buen rato han perdido vigencia. Nuestro relato, sin embargo, nos transportará a un tiempo fecundo y de fuerte producción agrícola, cuando un grupo de hombres dieron vida a una cooperativa agropecuaria.
Entre unos cincuenta y cinco a sesenta productores de la zona conformaron, a finales de la década de 1950, la cooperativa Queguayar. Roque Sosa, productor del lugar, rescata alguno de los originarios de aquel gran emprendimiento agropecuario. Entre ellos destacan “su padre, don Pedro Doroteo Sosa, los cinco hermanos Guigou, los tres hermanos Torres, los dos Gauthier, los tres hermanos Benedetti, los Cabrera –que eran cuatro–, los cinco hermanos Giordano más el padre, los Elhordoy que serían unos ocho, más algunos otros vecinos. Llegaban a ser unos sesenta productores los que integraban la cooperativa, que se transformó rápidamente en un centro de referencia para las localidades de Queguay y Araújo”.
La cooperativa Queguayar tuvo sus momentos más fuertes entre los años 1957 y 1962 y muy pocos fueron los de esplendor. El emprendimiento que operó en la zona fue básicamente utilizado para la compra de insumos: abonos, semillas, aceites y algunos tronillos. Después probaron traer equipos para hacer pasturas, como pequeñas rotativas, algunos rastrillos y herramientas de menor porte para la maquinaria agrícola. En tanto, durante un par de años se trabajó con una novedosa forma de almacenamiento de semillas. Se trataba de bolsas de arpillera para el acopio de granos. Por la década del setenta comenzaron ciertos síntomas que condicionaban el destino inmediato del emprendimiento. Fueron años muy difíciles, en los que algunas señales de la plaza financiera pautaban una cruda realidad. Fue cuando cayó todo aquel gran movimiento productivo que se generaba en la zona y la cooperativa, como otros emprendimientos productivos similares, sintió un particular receso.
Según la versión oral de los vecinos, los comienzos de la cooperativa datan de 1958 y, luego de varias caídas, alcanzó a funcionar hasta casi finales de los noventa. Por 1982 y 1983 los productores comenzaron a vender los campos y no había vuelta atrás. En 1990 se veía que ya no daba para más. Los originarios del emprendimiento decidieron advertir a sus integrantes de la gravedad del problema. De todos modos “se aguantó hasta 1997, tiempo en el que se tuvo que liquidar todo”. Roque Sosa nos aseguró que “tuve que hacer un llamado a asamblea para interiorizar a los productores sobre el estado de un emprendimiento que tenía sus días contados. La situación era muy comprometida y determinó su cierre definitivo”.
Hoy los vecinos más viejos recuerdan aquel fecundo pasado productivo que no pudo sobrevivir al tiempo y que hoy solo cobra vida a través de relatos desconectados de gente que dejó mucho de sí en esa cooperativa que llegó a ser un verdadero ícono de la agropecuaria sanducera.
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