Paysandú, Sábado 05 de Septiembre de 2009
Opinion | 31 Ago Aunque prácticamente no hay sector, grupo político o dirigente de institución estatal o privada que no hable de modernización, la realidad indica que por encima de los enunciados subsisten bastiones de intolerancia y de puro reflejo de autodefensa, que pretenden preservar “chacras” de las que se sienten dueños y procuran torcer situaciones en favor de sus propios intereses e ideologías.
Así, tuvimos recientemente una denominada “marcha de la esperanza”, conformada por activistas y simpatizantes del Pit Cnt, de la federación de cooperativas de vivienda Fucvam, de la gremial de pasivos Onajpu, entre otras entidades, que lisa y llanamente constituyó un acto político en favor del partido de gobierno, a dos meses de las elecciones nacionales, cuestionando ácidamente y por todos los medios a su alcance a los gobiernos de los partidos tradicionales de la década de 1990.
Este embanderamiento refleja encasillamientos ideológicos e intereses político partidarios de dirigentes de los grupos involucrados que actúan incluso como legisladores u operadores del Frente Amplio en las áreas en que se desempeñan, y que pretenden investir la representación de todos los trabajadores, cooperativistas y jubilados, cuando es notorio que en ese grupo de la población hay personas de todos los partidos.
Otro bastión ideológico de los años 60 es sin dudas la Universidad de la República, que en su momento fue un reducto en el que se pretendió generar condiciones para recrear en Uruguay una revolución al estilo cubano, y donde quedan nostálgicos de aquellos años, oponiéndose sistemáticamente a los cambios y a reconocer que ha terminado la guerra fría con el derrumbe de su paradigmática Unión Soviética y países satélites.
Recientemente se realizó un encuentro en el que fueron invitados todos los candidatos presidenciales a la Asamblea General del Claustro, instancia en la que expusieron sus propuestas para la educación terciaria.
Pero, como es sabido, la Universidad de la República pretende asimilar la autonomía de que goza con mantenerse al margen de la realidad del país, y así sigue reclamando presupuestos delirantes, que pagamos todos los uruguayos, para sostener vacas sagradas como la gratuidad absoluta de los cursos que dicta –que es simplemente una gran mentira para los estudiantes menos pudientes del Interior-- y autogobernarse sin exigirse calidad a sí misma.
Durante las exposiciones ante representantes de los órdenes, fueron inequívocas las alusiones a los “valores” tradicionales de la Universidad pública, laica y gratuita, en la que el cobro de matrícula es un pecado mortal y que a la vez debe servir como “alerta social”.
Mientras tanto, los candidatos de los principales partidos se manifestaron a favor del cobro de matrícula y a la vez consideraron que debería haber más de una universidad estatal. En este contexto el candidato del Partido Independiente, Pablo Mieres, dijo que “no se puede seguir defendiendo una bandera de gratuidad que es defectuosa”, por lo que propuso que se cobre a quienes no avancen en sus carreras, propuso ir a un sistema de evaluación y resultados y que cada año se discuta el presupuesto sobre la base de metas realistas por resultados.
Por su lado, Luis Alberto Lacalle, del Partido Nacional, subrayó que el Ministerio de Educación debería ser el que controle a la Universidad y que puede erigirse en el “gran regulador de la calidad”, desde afuera de la Universidad, por supuesto.
El aspirante a la vicepresidencia por el Frente Amplio, Danilo Astori, hizo hincapié en que la Universidad debe mejorar la calidad del gasto y crear universidades regionales en el Interior.
Todos esos aspectos son razonables, empezando por cobrar matrícula a los jóvenes pudientes que estudian gratuitamente con el aporte de impuestos de hasta el uruguayo más pobre y cuyos hijos nunca van a ir a la Universidad “gratuita”, porque no tiene posibilidades de sostener los gastos de alojamiento, traslado y alimentación de un estudiante en Montevideo.
Pero claro, la Universidad anquilosada que tenemos en Uruguay no acepta otro control que no sea el de sí misma, para poder ocultar como sea sus defectos en cuanto a calidad y su crónica formación ideológica anclada todavía en los años 60, como foco cultural inexpugnable y dueña de la verdad absoluta.
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