Paysandú, Jueves 10 de Septiembre de 2009
Opinion | 05 Sep Situada en sus niveles más bajos del último año, es evidente que la cotización de la divisa norteamericana mantiene valores que se traducen en una distorsión notoria para quienes perciben el valor de su producción en esta moneda, como es el caso de los exportadores, en tanto la ecuación se invierte cuando se trata de quienes trabajan en la importación.
Como en todos los órdenes de la vida, hay más de una biblioteca en lo que refiere a la influencia del tipo de cambio, fundamentalmente en un momento en que el dólar ha caído en todo el mundo debido sobre todo a las consecuencias de la crisis financiera mundial, por lo que las interpretaciones sobre este escenario difieren según del lado del mostrador del que se esté.
Los principales afectados son sin duda quienes dependen del comercio exterior, por lo que no puede extrañar que en las últimas horas voceros de la Unión de Exportadores del Uruguay subrayaran que la caída de la divisa está afectando su ya comprometida competitividad. Alvaro Queijó, vicepresidente de la gremial, manifestó que el dólar está en su nivel más bajo desde el 17 de octubre del año pasado, por lo que salvo con Brasil “estamos perdiendo competitividad. Uruguay va a tener una inflación en dólares muy importante este año”.
Naturalmente, la incidencia de este factor es notoria, por cuanto nuestro país registra una fuerte dolarización de su economía, contrariamente a lo que ocurre por ejemplo en Brasil, y este elemento hace que la economía sea altamente dependiente de los vaivenes de la divisa, lo que explica además que recurrentemente el tipo de cambio bajo sea utilizado como “ancla” para contener la inflación, que se nutre no solo de relación directa de precios sino también de un fuerte componente de expectativas.
Así, tenemos que en nuestra economía altamente dolarizada, si bien un dólar “planchado” contribuye a mantener bajo control la evolución de precios internos, no es menos cierto que la trama de la economía tiene escapes que determinan que igualmente pueda haber inflación que no se corresponda con el descenso del dólar, como se dio por ejemplo en este mes de agosto, en que el dólar siguió bajando y sin embargo la inflación llegó al 1,23 por ciento, alcanzando el mayor valor mensual del año.
A la inversa, cuando el dólar se mantiene estable y adquiere alguna tendencia ascendente, los operadores se inquietan y los precios sufren inmediatamente un reacomodamiento que es mucho mayor que cuando ocurre en el sentido inverso, y lo que es peor, una vez que el dólar vuelve a bajar, los valores tardan mucho más en regresar al nivel anterior o directamente se quedan donde están.
Un caso distinto es el Brasil, donde las operaciones y cotizaciones internas se hacen en reales, y por lo tanto hay un despegue de la trama económica de los vaivenes del dólar y el mercado interno alcanza para mantener la economía en funcionamiento, lo que permite otro margen de maniobra al país norteño.
Pero en Uruguay la desdolarización no ha podido ser llevada a los niveles que pretendía el gobierno, lamentablemente, y este es por lo tanto un aspecto que acota sensiblemente las posibilidades de despegar la economía de la divisa, por lo que los operadores la siguen utilizando como elemento de medida y refugio constante, pese a sus altibajos, dentro de determinados parámetros.
Y si bien el ministro de Economía, Alvaro García, ha desestimado que esta caída del dólar afecte la competitividad de los exportadores, argumentando que esta moneda baja en todo el mundo y teóricamente está afectando a todos por igual, debe tenerse presente que esta relación es presentada solo parcialmente por el secretario de Estado, por cuanto Uruguay tiene una evolución de costos internos que conspira notoriamente contra la competitividad, porque se han registrado aumentos de salarios, de energía, de transporte y de costos operativos, entre otros factores que corroen la ecuación económica de los sectores de exportación.
Paralelamente, también es afectada la industria que trabaja para el mercado interno, debido a que las importaciones se abaratan y desplazan a los productos similares de origen nacional, lo que también significa pérdida de rentabilidad y de puestos de trabajo en áreas productivas que incorporan fuerte valor agregado, por lo que la variable de ajuste inicial, antes del cierre o la reconversión de la empresa, es la pérdida de horas de trabajo y calidad del empleo, que luego se hace muy difícil recuperar.
Por lo tanto, antes de descartar de plano los planteos de los exportadores, el Ministerio de Economía haría muy bien en evaluar realmente todos los elementos en juego y aportar alternativas reales para sostener el aparato productivo, antes que la cosa pase a mayores.
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