Opinion | 08 Sep Setiembre tiene un significado muy especial para el estudiantado de todo el país, ya que por estos días comienzan a celebrarse las respectivas ferias departamentales de clubes de ciencia, clasificatorias para la instancia nacional que este año se desarrollará en el departamento de Tacuarembó. La creatividad y el esfuerzo de los alumnos, junto a la seria supervisión de los docentes, hacen de este evento una excelente oportunidad para evaluar el trabajo que día a día se lleva a cabo en las instituciones, así como las características y viabilidad de proyectos dirigidos tanto al área industrial como al comercio, el turismo y el cuidado del medio ambiente.
Sin embargo, detrás del entusiasmo estudiantil y el compromiso docente se esconde una realidad que lejos está de promover un verdadero salto de calidad en el área de la educación. A la falta de programas orientados a la excelencia académica, se suman preocupantes cifras de deserción, bajo rendimiento estudiantil y crecientes problemas de conducta.
Contrariamente a cuanto se promueve desde ámbitos gubernamentales, la Educación no ha sido un tema prioritario y la problemática sigue siendo la misma. En vez de programas modernos, acompasados con los cambios que día a día conmueven al mundo, se ha hecho hincapié en esculcar entre los escombros del pasado, olvidando los verdaderos cometidos de la Enseñanza y comprometiendo el nacimiento de una verdadera visión de futuro y desarrollo.
Un alto porcentaje del estudiantado ostenta un rendimiento apenas aceptable y aquellos que con esfuerzo logran destacarse y abrirse paso en un mar de dificultades, luego se enfrentan al fantasma de la desocupación o a la indiferencia de un sistema incapaz de brindar suficiente apoyo para el desarrollo pleno de su potencial. Clamamos por inversión y desarrollo, pero carecemos de políticas que provean el sustento intelectual que exigen estos objetivos. Tenemos ferias de ciencias, pero las ferias de oportunidades aún están en el debe.