Paysandú, Sábado 19 de Septiembre de 2009
Opinion | 14 Sep Aunque con escasa difusión en la prensa de izquierda, que apunta solo a poner énfasis en lo que considera “logros” sociales, el gobierno brasileño encabezado por el ex dirigente sindical y líder del PT, Luis Inacio Lula Da Silva, acaba de abrir el proceso para concretar un acuerdo comercial con Francia, que involucra la compra de aviones de guerra pero también una alianza estratégica, con transferencia tecnológica incluida, para el desarrollo de la industria bélica en el país sudamericano.
Para Brasil la negociación de compra directa involucra la incorporación de 36 aviones de combate Rafale, en tanto a la vez la nación francesa pretende adquirir diez aeronaves de transporte militar a Brasil, y el gigante norteño tiene entre sus planes la compra de un submarino nuclear, gracias también a la transferencia francesa.
Para avanzar en esta negociación se reunieron recientemente en Brasil los presidentes Nicolas Sarkozy y Lula Da Silva, apuntando a sellar el mayor pacto militar de los últimos cincuenta años, por una cifra record de 14.000 millones de dólares, a lo que se agrega la transferencia de tecnología francesa.
Para esta compra Brasil desestimó unidades similares de Estados Unidos y de Suecia, desde que aparentemente el paquete francés permitía una expansión industrial que la nación sudamericana de otra forma no podría alcanzar en el plazo que se ha trazado, incluyendo la incorporación de un submarino nuclear a su flota, que sería el primero en América del Sur, además de cuatro submarinos de ataque Scorpene y 50 helicópteros de transporte militar. La decisión comprende la aspiración brasileña de recibir transferencia de tecnología nuclear, pero no armamento atómico para el submarino, que sería afectado al patrullaje de su rica zona petrolera atlántica.
El gigante brasileño, al que le importa un pito el Mercosur, salvo cuando le sirve para sustituir importaciones extrarregión por los productos que fabrica, se lanza por lo tanto de lleno a ampliar su mercado a través de la fabricación de armamento y, por supuesto, tiene las miras puestas en la colocación de equipamiento bélico en los países vecinos, lo que significa incorporar un elemento adicional de rispidez, como si no alcanzara con las diatribas y amenazas del presidente venezolano Hugo Chávez hacia Colombia y el país que se le cruce en sus designios.
Es que los vientos de paz han estado ausentes en los últimos tiempos en el subcontinente, y tenemos así a un Hugo Chávez que ha invertido miles de millones de petrodólares en armamento que ha adquirido a Rusia, como elemento disuasivo y sobre todo para respaldar las amenazas y actos inamistosos hacia su vecina Colombia, con un séquito de incondicionales en los regímenes de Ecuador y Bolivia.
El gobierno de Alvaro Uribe, por su lado, no tuvo mejor idea que autorizar la instalación de bases norteamericanas para el combate del narcotráfico, justo en las barbas del verborrágico líder de la república bolivariana, lo que por cierto genera un cóctel de elementos incompatibles y por ende contraindicados para generar espacios que permitan limar las diferencias.
Sin duda el acuerdo franco-brasileño surge como un factor revulsivo de proyección todavía difícil de prever, aunque en ningún caso va a ser positiva, desde que la transferencia de tecnología involucra un formidable impulso a la industria armamentista así como rearme del mayor país del subcontinente por la vía de la sustitución de sus equipos de mayor antigüedad, además de ampliar las exportaciones a la región.
Lamentablemente, poco bien puede esperarse de este escenario en el que cada uno defiende sus intereses, que promete enormes gastos en recursos bélicos por países que están muy lejos de tener solucionados sus grandes bolsones de pobreza, las profundas desigualdades sociales, el déficit de infraestructura para el desarrollo y las grandes carencias en la calidad de vida de sus pueblos. Porque además, cuando la carrera armamentista se desata, sobre todo en un continente con problemas crónicos de pobreza, las consecuencias solo pueden ser mayor desventura y postergaciones, como si ya no hubiera más que suficiente.
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