Paysandú, Martes 22 de Septiembre de 2009
Opinion | 16 Sep No es fácil para los astrónomos descubrir un planeta a miles de años luz de distancia, que orbite una estrella diferente al Sol. Dado que los planetas no cuentan con luz propia, necesariamente la observación debe hacerse por métodos indirectos. Uno de ellos consiste en medir cuidadosamente la luminosidad de la estrella en cuestión, ya que si un objeto oscuro de mediano o gran tamaño se antepone al astro, la cantidad de luz que llega a la Tierra se verá disminuida en función de la superficie ocultada. Luego es posible determinar el tamaño del objeto mediante rigurosos cálculos matemáticos.
En el tránsito sanducero existe cierto paralelismo entre esta técnica astronómica y los artilugios que los conductores deben hacer todas las noches para detectar motos sin luces. En una aplicación más terrenal de la ciencia, la única forma de determinar la presencia de estos kamikazes es cuando, a través del espejo retrovisor, se advierte la interrupción en el haz de luz del vehículo que lo precede: seguro se debe a una moto que se aproxima. Para colmo de males, quienes manejan con tal imprudencia suelen poner fichas a todos los números de la ruleta de la muerte, circulando a alta velocidad, zigzagueando entre el tráfico y adelantando por derecha o izquierda indistintamente, aún en espacios reducidos y, lógicamente, sin casco protector.
Por supuesto que en caso de accidente llevan la peor parte. Sin embargo en los hechos, al momento de determinar culpabilidades, nada de esto es tenido en cuenta y solo se considera quién tenía la derecha o algún miligramo de alcohol en la sangre. Por eso es que, más allá del mal momento, es imperioso aplicar toda la ciencia del manejo para no ser embestido por una de estas motos, de forma de no ser inculpado de “homicidio culposo”.
Tal como predijeron los astrónomos respecto a los planetas, las motos sin luz tampoco son objetos extraños en las calles de Paysandú. Sin embargo, los inspectores de tránsito no las ven. Y no porque sean oscuras, precisamente, sino porque en la noche los controles brillan por su ausencia. Resulta paradójico, entonces, que todo el esfuerzo se concentre en multar infracciones inofensivas para terceros. Por supuesto que es más fácil detener un camión de repartos porque el chofer no tiene puesto el cinturón, que multar las miles de contramanos que realizan los delivery todas las noches, aún en pleno centro, o los suicidas en dos ruedas que aceleran por la costanera. En definitiva, que lo que se ataca es el mal menor, no lo que es realmente peligroso.
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