Paysandú, Sábado 26 de Septiembre de 2009

Retroceso en la lucha contra el hambre

Opinion | 19 Sep La conmemoración, este jueves, del Día Mundial de la Alimentación Mundial, no coincidió con buenas noticias para América Latina, desde que de acuerdo a un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el subcontinente ha retrocedido en su lucha contra el hambre al aumentar de 45 a 53 millones las personas que la padecen, debido al incremento de los precios de alimentos y la crisis económica.
El brasileño José Graziano Da Silva, representante regional de la FAO, subrayó al respecto que “el alza de los precios de los alimentos y la crisis empujaron a millones de personas a una situación de inseguridad alimentaria y muchos países afectados no tienen los recursos propios para responder”.
El organismo señala que la región redujo en ocho millones los subnutridos entre 2004 y 2006 en comparación con el período 1990-1992, pero las estimaciones indican que los avances registrados en los últimos quince años se perderán en tres por causa de la crisis de los precios de los alimentos y económica.
Según el delegado brasileño es preciso reforzar la cooperación entre gobiernos, donantes y agencias internacionales para entregar ayuda de emergencia a las familias afectadas, al mismo tiempo “en que promovemos acciones de mediano y largo plazo que aumenten su capacidad productiva”.
Las cifras divulgadas por la FAO indican que en América Latina y el Caribe se ha llegado a que la población hambrienta esté en los niveles de subnutrición existentes a principios de la década de 1990, lo que en parte se explica por un aumento de precios del orden del 52 por ciento desde mediados de 2007 a mediados de 2008, lo que da la pauta de que a menudo las bonanzas económicas, como la que ha gozado América Latina hasta la reciente crisis financiera mundial, no necesariamente se derrama sobre los sectores más postergados.
Ello pone en evidencia serios problemas de redistribución de la riqueza, y de que con programas asistencialistas como los que se han ensayado en varios países con regímenes “progresistas” la mejora dura lo que un lirio, desde que una vez cesada esta ayuda los supuestos beneficiarios quedan nuevamente desamparados por falta de sustentabilidad en las políticas. Es decir que se ha desaprovechado un período inmejorable de bonanza para adoptar políticas de mediano y largo plazo con vistas a crear oportunidades de trabajo e inserción a sectores marginados de la sociedad, lo que se presenta como mucho más difícil a partir de haberse interrumpido el período de crecimiento que tuvieron las economías regionales como conscuencia del clima favorable que tenían los mercados para los commodities.
Y si bien la crisis se ha hecho sentir con mayor intensidad en los países desarrollados, que presentan ciclos recesivos y creciente desempleo, no es menos cierto que también se han cerrado mercados para la región y que las materias primas todavía no se han recuperado de la abrupta caída como consecuencia de este escenario.
Durante la bonanza, además, las altas cotizaciones internacionales derivaron en un incremento de precios de alimentos que a la vez no tuvieron la correspondencia de subas de los ingresos reales de las familias de menores ingresos, lo que explica en gran medida el retroceso que se ha dado en las posibilidades de acceso a los alimentos por los grupos que están incluidos en los 53 millones de latinoamericanos que están ahora en situación de hambre.
Pero lejos de percibirse la adopción de políticas que permitan afectar recursos para revertir el perfil socioeconómico de estas poblaciones, nos encontramos con que naciones como Brasil y Venezuela, como las más notorias, están abocadas a un gasto de miles de millones de dólares en armamentos e instalación de industria bélica.
Ello no solo implica incorporar un factor de rispidez y riesgo de enfrentamientos en el subcontinente, teniendo en cuenta posturas encontradas sobre todo en naciones del área del Caribe, con el comandante Hugo Chávez como el más notorio protagonista de estos extremismos, sino también sustraer recursos y generar endeudamientos que no se destinarán a mejorar la calidad de vida de los pueblos de la región, lo que da la pauta del grado de enajenación y delirio de gobiernos “progresistas” que están lejos de hacer realidad lo que proclaman alegremente en sus discursos.


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