Paysandú, Lunes 28 de Septiembre de 2009
Opinion | 22 Sep Recientes encuestas indican que el presidente colombiano Alvaro Uribe tiene un índice superior al 70 por ciento de popularidad en su país al cabo de siete años de gobierno, lo que da la pauta de un suceso prácticamente inédito en el subcontinente, desde que estamos hablando de un régimen democrático que al fin de cada período de gobierno es sometido al juicio soberano de la ciudadanía, y no de dictaduras como la de Fidel Castro, de partido único y de asambleas populares y parlamentos que no surgen de comicios libres.
El punto es que el respaldo ciudadano a Uribe tiene una diversidad de orígenes pero a la vez sugestivamente este respaldo crece en relación directa con las críticas e insultos que recibe del presidente de la vecina República Bolivariana de Venezuela, comdandante Hugo Chávez.
Según la encuestadora Gallup, el mandatario colombiano cuenta con el 70 por ciento de aprobación de su gestión, mientras el 58 por ciento ya está dispuesto a votar en un referendo que modifica la Constitución para que pueda ser candidato a la Presidencia por tercera vez consecutiva.
Por cierto que no debería entusiasmar a nadie que una y otra vez se propongan en América Latina, al estilo Chávez, reformas constitucionales a medida, es decir para que pueda ser reelegido el mandatario que en ese momento se encuentra en el poder, creándose así una distorsión que en nada beneficia a la democracia y que responde sobre todo a las condicionantes del momento, pero igualmente en este caso ello da una pauta del escenario que se vive en ese país.
Es que el ciudadano colombiano, como seguramente la gran mayoría de la opinión pública del subcontinente, está hastiada de las bravuconadas, diatribas y amenazas de Hugo Chávez, quien a la vez, mientras anatemiza a Colombia por la instalación de bases de Estados Unidos, se está endeudando en miles de millones de dólares con Rusia para la compra de sofisticado armamento, lo que por supuesto no tiene nada en común con sus presuntas políticas sociales y sí con endilgar a cada venezolano una parte de deuda por la que no va a obtener ningún beneficio.
Pero de lo que se trata, en este como en otros ejemplos, es de como están operando en la opinión pública determinados radicalismos, que operan como “boomerang” contra quienes desean por la vía de la confrontación obtener respaldo a su causa y en cambio solo generan rechazo y más adhesión para sus adversarios.
Lo mismo ocurre con las incursiones que efectúan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), grupo terrorista marxista que se sustenta en el narcotráfico y en los secuestros para financiarse, con apoyo explícito y/o implícito de los gobiernos de los vecinos Ecuador y Venezuela.
Cada vez que atacan las FARC, crece la popularidad del gobierno colombiano y el rechazo de la opinión pública a quienes desarrollan estas prácticas en nombre del “pueblo”, el que una y otra vez desmiente y cuestiona a quienes actúan invocando su nombre, con una representatividad que nunca se les ha conferido, porque simplemente son enemigos de la democracia y actúan solo en favor de sus inconfesables designios.
“Cada vez que las FARC atacan a la población justificando que luchan contra Uribe y mientras Hugo Chávez siga agrediendo verbalmente al presidente de los colombianos, éste seguirá en lo más alto de la cota de la popularidad”, sostuvo el ex vicepresidente Humberto de la Calle.
Y no le falta razón, porque esta es la historia común de los grupos mesiánicos, que actúan solo en su nombre, en base a sus métodos antidemocráticos e invocando causas populares que solo existen en su imaginación. En realidad están jugando a favor de su presunto enemigo, que crece en respaldo popular ante los métodos terroristas y la violencia de los iluminados.
Y los uruguayos no precisamos que nos lo cuenten, porque también lo vivimos en carne propia cuando los tupamaros se alzaron en armas a mediados de la década de 1960 contra gobiernos democráticos, y a la vez con sus métodos violentos fueron el factor que permitió que Bordaberry resultara electo presidente en las elecciones de 1971, justamente cuando se fundó el Frente Amplio.
Peor aún, los sediciosos crearon un estado de conmoción y caos que facilitó que se instalara la dictadura en junio de 1973, contra la que los tupamaros, además, no dispararon ni un tiro, porque ya no existía como organización activa.
Este también fue caso de efecto “boomerang”, que causó el enorme drama que padecimos todos los uruguayos durante doce años de dictadura, porque los mesiánicos de siempre, en el lugar que sea, solo responden a sus delirios y radicalismos, sin importarles para nada la opinión ni la suerte de los demás.
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