Paysandú, Miércoles 07 de Octubre de 2009
Opinion | 03 Oct La conmemoración del mes del adulto mayor, en Paysandú, extendiendo el período en torno al día mundial que se observa para esta franja etaria, es oportuna para reflexionar sobre esta problemática en nuestro país, donde se dan parámetros contradictorios en lo que refiere por ejemplo a las expectativas y condiciones de vida de la población.
Tenemos niveles de expectativa de vida comparables con la de muchos países desarrollados y entre las primeras de América Latina, pero esta longevidad se da en el marco de ingresos muy deprimidos, lo que influye negativamente en la calidad de vida de nuestros adultos mayores. Y el gran desafío es conciliar esta expectativa positiva en el tiempo con una mayor calidad de vida, que implica a la vez mantenerse activo física y mentalmente, en buen estado de salud y socialmente relacionado con el máximo de integración a la comunidad.
Por lo tanto existen elementos a tener en cuenta que muchas veces no están reflejados en cifras, porque no es posible reflejar los sentimientos, el grado de insatisfacción o satisfacción de quien está en el otoño de su vida y siente a menudo que esta ya no es su época y vive más con un pie en el pasado, inmerso en nostalgias, que con la mirada puesta en el presente y en el futuro. Sobre este grado de afectación no hay estadísticas posibles, como tampoco hay instrumento para medir la felicidad o la desventura interior.
Y en esta relatividad de las cosas es notorio que hay elementos subjetivos que no están reflejados en las estadísticas, en este como en tantos otros temas, por lo que las reflexiones al respecto conllevan un contexto de generalización que no necesariamente se ajusta a la realidad de cada uno y a veces ni siquiera de la mayoría.
Pero hay elementos objetivos que resultan incontrastables en la ecuación, y refieren sobre todo a que paulatinamente está envejeciendo la población de Uruguay, que resulta de que se conjugan la baja natalidad con un mayor promedio de vida. Así tenemos que los adultos mayores suman unas 575.000 personas en nuestro país, lo que representa un 18 por ciento de la población total, con una tendencia clara a un incremento del porcentaje con el paso de los años.
Por tratarse de un grupo etario muy vulnerable, y no solo por sus condiciones físicas, no pueden ensayarse respuestas convencionales a una problemática muy vasta y que involucra una gama de situaciones que tiene como común denominador en gran medida la soledad y la marginación. Así, el 24 por ciento de las personas de 80 o más años tienen un hogar unipersonal, debido por lo general a situaciones de viudez, y casi un 80 por ciento se encuentra en condiciones de inactividad, en tanto de quienes están en actividad la mayoría está comprendida en la franja de entre los 60 y los 64 años.
Por supuesto, teniendo en cuenta el promedio de las prestaciones que perciben los pasivos, su nivel de vida depende en gran medida de su pertenencia o no a un hogar integrado por personas de menor edad, lo que permite distribuir gastos y sobre todo evitar el aislamiento para mantener su vinculación con el medio social.
La convivencia tampoco es fácil, sobre todo cuando la residencia es compartida por dos o tres generaciones, donde la compatibilidad de intereses, modos de vida y preferencias pone a menudo a prueba la relación, y naturalmente son las personas de edad avanzada las que más resultan afectadas por conflictos muy difíciles de superar si no pone cada uno la cuota parte de sentido común y disposición para regenerar la armonía.
Es decir que en un mundo ya de por sí conflictivo, la interacción generacional es un factor adicional de distorsiones, con el adulto mayor sujeto a penurias económicas las más de las veces, por el bajo nivel de las prestaciones, el alto costo de la atención médica, las serias dificultades de acceso a la vivienda --con planes que solo se han cumplido en una mínima parte--, por lo que es preciso atacar estos factores en una forma integral y con instancias a corto, mediano y largo plazo, porque el envejecimiento poblacional no es un fenómeno pasajero, sino que seguirá agudizándose y plantea desafíos que ya no pueden soslayarse.
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