Paysandú, Viernes 09 de Octubre de 2009
Locales | 04 Oct (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos) Llovía. Las primeras horas del sábado estaban acompañadas por lluvia. “Mala suerte”, pensé, mientras descendía del auto para dirigirme al galpón sede de la distribuidora de diarios, donde debía recoger mis casi 400 periódicos para distribuirlos en mi ruta de Randolph.
No me sorprendió que detrás mío aparecieran unas voces latinas. Hay muchos emigrantes que trabajan allí. Tampoco lo que dijeron, aunque sí se pinto una sonrisa en mi rostro. “Yo manejo con licencia de Dios, y nunca me ha parado la Policía”, dijo uno de los tres emigrantes mexicanos que estaban allí con el mismo propósito que yo.
Se refería claro esta a que conduce sin licencia y que pese a ello ha tenido mucha suerte, pues no ha sido detectado por los patrulleros policiales. Debido a las largas distancias y a la necesidad de contar con un vehículo propio para trasladarse o --como en este caso-- realizar el trabajo, no pocos emigrantes se arriesgan a conducir sin licencia.
Ocurre que al no contar con documentos legales, no pueden aspirar a una licencia en New Jersey.
Otros han obtenido licencia en alguno de los pocos estados donde se otorga licencia sin comprobar los documentos migratorios, caso de Maryland. Y otros simplemente conducen con la Licencia Internacional, que no es otra cosa que la traducción de la licencia obtenida en sus respectivos países.
Los problemas van más allá, pues no son pocos los emigrantes que trabajan con la identidad de otra persona, que sí está registrada legalmente, una práctica que se usó especialmente hace unos cuantos años.
Y todavía otros simplemente obtienen falsificaciones de documentos, a veces buenas, a veces mediocres, con las que intentan engañar a las autoridades respectivas.
Precisamente hace pocos días tuve un contacto directo con ese submundo, cuando hice un viaje a New York, que incluyó Brooklyn y Queens.
En las calles de esta zona fue que me encontró con un emigrante al que conozco muy bien. Yo estaba de paseo, pero el no. Había ido a buscar documentos falsificados porque los que tenía ya “estaban viejos” y estaba buscando trabajo.
Acompañarlo por las calles de Queens me permitió conocer el modus operandi de quienes falsifican la tarjeta de Seguro Social y la de Residente Permanente.
La “movida” se encuentra en la avenida Roosevelt, entre las calles 70 y 75 aproximadamente, una zona con muchos comercios hispanos, lo mismo que una fuerte presencia de la “raza” (mexicanos.
El procedimiento es extremadamente simple. Todo lo que hay que hacer es caminar calmadamente por la calle, poniendo especial atención en las esquinas. Según me indicó mi amigo, en un rápido curso de cómo conseguir documentos falsificados, hay que buscar personas que estén paradas en las esquinas con una gorra sobre su cabeza. Y otro elemento en su mano: una lapicera. Luego pasar delante de ellos, quizás más de una vez. Y esperar la palabra mágica, susurrada rápidamente al oído por los vendedores: ¿Social? Y ya, caminar juntos unos pasos por la calle transversal, para determinar qué documentos se esta buscando y su precio.
En el caso de mi amigo, por la tarjeta de Residente Permanente le pidieron 120 dólares, con la de Seguro Social gratis. Un rápido regateo redujo la cantidad de 100 dólares.
El siguiente paso fue sacarle una foto a mi amigo, lo que se hizo en uno de los comercios de la zona, con una cámara digital. Y entonces armarse de paciencia, pues hay que esperar alrededor de una hora y media.
Pues, ya que estamos, un típico almuerzo en un McDonald’s de la zona y luego a caminar arriba, caminar abajo, tratando de matar el tiempo.
Resulta imposible determinar cuántos hispanos obtienen diariamente sus documentos falsificados en esta zona de Queens, pero se puede suponer que muchos, porque --una vez que la vista se tornó un poco “experta”- se pudo ver a unos cuantos vendedores susurrando “¿Social?”
Pasado el tiempo acordado, el vendedor llegó agitado, indicando que la
zona estaba “caliente” porque en la calle 76 había unos federales y que había que esperar un poco más de tiempo. Se refería a los ocupantes de una camioneta Ford 150 negra, evidentemente de uso oficial. Aunque el cartel decía que eran “Inspectores de Incendio”.
Como sea, ni modo, hubo que esperar otro rato. Finalmente mi amigo obtuvo sus documentos. En el caso de la tarjeta de Seguro Social la copia era mediocre, pero la de Residente Permanente era de alta calidad.
Por cien dólares y en unas tres horas, mi amigo había pasado de sin documentos a residente permanente. Vaya, este sí que es el país de las oportunidades.
Contento y feliz emprendió el regreso, confiado en que con esos documentos le sería más fácil conseguir empleo. Hice lo mismo. Di un último vistazo a la zona y vi como los vendedores comenzaban a abandonar el lugar, contando seguramente sus ganancias y preparándose para el día siguiente. Cuando volverían a las mismas esquinas, con su gorra y su lapicera, en busca de hispanos a quienes la palabra “Social” les pareciera una voz celestial.
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