Paysandú, Lunes 12 de Octubre de 2009
Locales | 09 Oct Hurgador de un apasionante pasado histórico indígena, en un particular recinto en su domicilio, recrea la atmósfera perfecta para sorprender a extraños y cautivar a entendidos. Piedras trabajadas, puntas de corte, boleadoras y morteros, algunas armas de fuego de época, lanzas y un par de sables. En tanto, algunas planchas – de las que funcionaban a carbón - y una exótica máquina para cortar fideos de origen inglés, de mediados del siglo XX, completan la escenografía del lugar. Aunque ciertos objetos solo están allí por curiosidad del propietario, lo fuerte de la muestra son las trescientas piezas en piedra trabajadas por indígenas que habitaron el este del departamento.
Cuando lo visitamos en Guichón, se encontraba tomando unos mates. Sorprendido por nuestra presencia, solo atinó a disculparse por el desorden, que no parecía tal.
Según se desprende del relato de nuestro protagonista todo comenzó cuando junto al profesor Juan Carlos Ualde – en el arroyo Santana – encontró una punta trabajada en piedra. Tiempo después supo que se trataba de una herramienta de corte utilizada por los indígenas que habitaron los territorios de la zona del río Queguay, en cercanías a Guichón. Desde sus catorce años, sintió una particular atracción por la recolección de objetos, que según el propio Silveira en su mayoría fueron apareciendo sin mucho esfuerzo de búsqueda. “Yo tenía unos catorce años cuando me hice de la primera boleadora. Desde ahí, comencé a prestar mayor atención y a interesarme un poco más por el tema”.
Elmer Jesús Silveira Guichón es bisnieto del fundador de Guichón, don Pedro Luís Guichón. Casado con María Concepción Martínez son padres de María Inés, estudiante de ciencias económicas, y de Diego Jesús, estudiante de informática en Paysandú.
En dos oportunidades lo visitaron especialistas en el tema, pertenecientes a la Facultad de Ciencias y de Antropología de Buenos Aires y de la Facultad de Antropología de Rusia. Su investigación lo llevó a comprobar que las piezas que tiene en su poder pertenecieron a las tribus de Yaros, Guenoas y Minuanes. Así se lo confirmó el historiador Aníbal Barrios Pintos.
Participa de muestras y exposiciones, ultimamente formó parte de una actividad organizada por la Asociación de Jubilados y Pensionistas de Guichón (Ajupegui), con motivo de celebrarse el día del patrimonio. Los principales visitantes de su museo son los niños de las escuelas, quienes concurren a su casa a conocer ese rico patrimonio histórico que Silveira conserva. “En cierta forma ellos son mis verdaderos amigos. En ocasión de mi cumpleaños, un grupo de gurises se pararon frente a la ventana de casa y me cantaron desde la vereda. Fue algo muy emotivo”, reflexionó. Del intercambio que se genera con los niños se desprenden anécdotas, propias de la inocencia de un pequeño en edad escolar. De esos relatos, Silveira recuerda que “en una ocasión una maestra comenzó a explicar a sus alumnos que según el porte del animal a cazar era el tipo de boleadoras que los indígenas utilizaban. Cuando llegó a las más pequeñas preguntó: ‘a ver niños ¿y estas boleadoras tan chiquitas para que sirven’? ‘Para cazar hormigas’ contestó una pequeña. El silencio y alguna mirada cómplice lo dijeron todo”, agrega don Silveira. “Hoy, cada vez que voy al monte, me encuentro con alguna que otra piedra. Estoy convencido que los indios las pusieron de gusto para que yo tiempo después las encontrara”. Los chacareros amigos – conocedores de su predilección por las piedras – le acercan piezas, contribuyendo así con la particular colección. “En una de esas, recuerdo que un conocido de Paysandú me trajo una piedra que desprendía una considerable temperatura y la verdad que me asusté tanto que le pregunté a un experto para que me ayudara y así saber de que se trataba el asunto. El otro más preocupado que yo, me dijo que tal vez era un trozo de meteorito. Cuando le pregunté a mi amigo de dónde había sacada esa piedra que estaba tan caliente, el hombre me miró y me contestó que lo elevado de la temperatura era porque la traía cerca del motor, precisamente para provocar ese efecto”. Sobre el final, nuestro protagonista aseguró que en reiteradas oportunidades le ofrecieron comprar parte de su muestra, pero sostiene que no hay dinero que pague lo que fue obteniendo con tanta dedicación.
Es más, mantiene la ilusión de concretar un pequeño museo y así poder mostrar la colección. “Con sexto año de escuela apenas cursado, creo que ya he hecho demasiado. Me siento muy feliz con poder mostrar estas cosas al resto de la gente”, finalizó.
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