Paysandú, Miércoles 14 de Octubre de 2009

En la hora, tampoco importa el Interior

Opinion | 12 Oct El régimen de gobierno federal que regula el ordenamiento institucional en Argentina ha sido en buena medida una contención para situar dentro de determinados límites el poder de los gobiernos instaurados en Buenos Aires, en el marco de una lucha histórica que en su momento también contó con la participación de nuestro héroe máximo, general José Artigas, quien luchó precisamente para que se hiciera realidad su visión de las Provincias Unidas del Río de La Plata, con Uruguay integrado como una provincia más en este esquema regionalista.
Y más allá de las distorsiones que siempre pueden surgir cuando se encasilla a un héroe en el bronce, en lugar de analizar a la persona de carne y hueso, con sus defectos, virtudes, aciertos y errores, es indudable que Artigas ya sabía y sufría en carne propia como se las gasta el poder central, representado en el Plata por Buenos Aires y Montevideo, que disfrazan la defensa a ultranza de sus intereses proclamando objetivos de “interés nacional”, que no son tales. En realidad solo han apuntado a sumar más y más privilegios, en su manera de ver las cosas solo en función del color de su cristal, aunque ello signifique --lo ha sido en la mayoría de los oportunidades-- hacerlo en desmedro del país real.
Este esquema, en mayor o menor medida, se ha mantenido hasta nuestros días, pero con la ventaja para los argentinos de haberse dado un ordenamiento federal, que por el tamaño de su territorio le permite atenuar el centralismo de Buenos Aires, y a las provincias mantener cierto grado de independencia en determinadas áreas, aunque sin por ello dejar de sufrir en una y otra forma el centralismo de la megalópolis.
En el caso uruguayo, las cosas son distintas, lamentablemente, porque no tenemos un ordenamiento federal, sino un sistema de gobierno unitario, donde todas las decisiones y el poder político pasan por Montevideo que, a la vez, junto con sus ciudades satélite nuclea a más de la mitad de la población, los mejores servicios, la sede de los organismos del Estado, del Parlamento y del Poder Ejecutivo, el principal puerto, la Universidad estatal y otros plus que reafirman y potencian el centralismo a ultranza que ha padecido históricamente el país.
Esta visión centralista, precisamente, ha sido revalidada por todos los partidos que han estado en el poder, con algunos matices que no hacen al fondo de la cuestión, y el caso de la fijación del huso horario es un ejemplo claro de como se adoptan las decisiones en función de lo que importa a Montevideo y la costa, como si sirviera para todo el país, contrariamente a lo que ocurre en el federalismo argentino, donde la mayoría de las provincias se han resistido a cambiar la hora.
Pero en nuestro país vamos de mal en peor: hasta ahora, había años en los que el gobernante de turno, en base a determinados argumentos, ponderaba si convenía o no --siempre se manejó alguna excusa para intentar justificarlo-- adelantar la hora en el verano, por lo general apuntando a que era conveniente desde el punto de vista turístico, con el argumento de que de esta forma el visitante podía estar una hora más en la playa, cuando es notorio que el turista lo primero que hace es desinteresarse del reloj.
La realidad del adelanto de la hora, por supuesto, es contemplar a los habitantes de Montevideo y zonas vecinas, para que ellos sí puedan estar un rato más en la playa y a la vez desarrollar normalmente las actividades cotidianas, porque en estas zonas no tienen el problema del intenso calor que se da en el resto del país, sobre todo al norte del río Negro.
El presidente Tabaré Vázquez, en cambio, ha apelado a “justificarlo” en aras de un supuesto ahorro energético que no ha podido ser probado ni mucho menos, pero a la vez apuntando a establecer estos mismos beneficios a una parte de la población que reside en el sur privilegiado, y para que no haya ninguna duda de que no hay nada que discutir, aprobó una norma por la que establece en forma permanente que ya el primer domingo de octubre se debe modificar el huso horario hasta marzo, cuando se retorna a la hora correspondiente a nuestro meridiano.
Es decir que al que no quiere caldo se la han dado dos tazas, y en todo caso, solo queda “ir a llorar al cuartito”. Pero de todas formas, vale el ejemplo para que en el Interior nos demos cuenta por fin de como viene la mano: cualquiera sea el gobierno de turno, las decisiones siguen adoptándose en y para Montevideo, aunque se cambie el disfraz y se pretenda dorar la píldora de una y mil maneras distintas.


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