Opinion | 29 Oct Por 18ª vez, la Asamblea General de la ONU pidió a Estados Unidos, por votación prácticamente unánime, poner fin al embargo comercial y financiero aplicado contra Cuba desde hace 47 años. La resolución señala la “necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos contra Cuba” y recibió 187 votos a favor, 3 en contra (Estados Unidos, Israel y Palau) y dos abstenciones (Micronesia e Islas Marshall).
Se trata de la décima octava vez consecutiva que la organización internacional vota un texto similar, en el que insta a los países a abstenerse de aplicar leyes “dirigidas a reforzar y ampliar el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba”, y en esta oportunidad la diferencia radicó en que fue la primera vez que la ONU se pronunciaba sobre el embargo desde la llegada a la Casa Blanca del presidente estadounidense, Barack Obama, en enero pasado.
El bloqueo norteamericano a Cuba es sin dudas uno de los mayores errores cometidos por la diplomacia norteamericana durante demasiados años, pero debe reconocerse también que en buena medida obedece a presiones de política interna que han hecho perder los puntos de referencia a los gobernantes de Washington. Por supuesto, Cuba no desaprovechó una vez más la oportunidad de presentarse nuevamente como víctima ante el mundo, y muchos que saben que no es así dicen creerle. El canciller de la isla caribeña hizo hincapié ante sus pares en una larga lista de perjuicios del bloqueo norteamericano, desde el área de los medicamentos hasta la cultura, pasando por la tecnología.
Es cierto, como manifestó a su vez la representante de Estados Unidos, que con Obama se han registrado cambios en cuanto a la actitud hacia Cuba y deploró que la resolución de la ONU no refleje esos “cambios importantes”, a la vez de acusar a Cuba de mantener “una retórica digna de la guerra fría”.
Este es precisamente un tema en el que se ponen sobre la mesa elementos en apariencia contradictorios, desde que reflejan puntos de vista que mantienen en líneas generales los mismos planteos que se vienen manifestando desde hace más de cuarenta años desde la época de la guerra fría, cuando han cambiado demasiadas cosas en el mundo, como es el caso de la desaparición de los regímenes comunistas, por lo que la dictadura cubana es acaso el último vestigio de aquellos tiempos, enquistada en una burbuja que ha resistido el paso de las décadas, pero sin lograr nada que valga la pena para el sufrido pueblo cubano.
Y como ya no está la ex Unión Soviética para sostener al régimen con cuantiosos recursos para seguir vendiendo la “revolución”, la economía de la isla hace rato que se muestra inviable, y lo prueban la penurias de cada día de sus habitantes. Pero claro, durante todos estos años el gobierno ha tenido la excusa de que el problema de todos sus males es el bloqueo de Estados Unidos y no los graves problemas propios del régimen de La Habana, que es incapaz de autosostenerse económicamente con o sin bloqueo. Por lo tanto, Washington ha cometido un doble error: el de poner a Castro como víctima y encima hacerse acreedor, con justicia, a la condena mundial por un bloqueo cuestionable que solo puede concebirse en mentes que han quedado muy atrás en el tiempo y que mientras reclaman democracia para la isla –un planteo compartido seguramente por todos los pueblos libres del mundo— al mismo tiempo le da argumentos a la dictadura para proclamar que el pueblo cubano es “agredido” por el imperialismo.
Estados Unidos debe empezar por reconocer que el mundo no puede funcionar en base a castigos y premios que se evalúen y apliquen en base a la particular óptica de Washington, y que en este caso el legítimo reclamo de democratización del régimen cubano tiene precisamente en el bloqueo un factor en contra que es explotado una y otra vez por los ideólogos de la dictadura para pretender justificar la opresión a la población y las medidas de militarización que aplica la policía política del régimen contra quienes osen desafiar su “revolución”.