Paysandú, Lunes 02 de Noviembre de 2009
Opinion | 26 Oct Más allá de los resultados que se registren en las elecciones nacionales de este domingo –estas reflexiones son formuladas sin resultados a la vista-- todos los uruguayos hemos resultado triunfadores en esta instancia democrática, porque hemos sabido procesar a través de la discusión de las ideas, de la confrontación de propuestas –dentro de la relatividad que se dio sobre todo en esta oportunidad-- y la tolerancia, las disidencias, los diferentes criterios y los elementos de juicio.
Y ese es precisamente la esencia del régimen democrático: aceptar que no es posible que todos vayamos a estar de acuerdo –salvo algunos grandes temas que hacen esencialmente a las políticas de Estado-- y que el gran desafío para una democracia es procesar estas diferencias por la vía del pronunciamiento libre del ciudadano, en base a las mayorías, que a la vez se ejerzan sin pretender aplastar a las minorías.
Y esta democracia de que felizmente gozamos hoy los uruguayos no se obtiene por generación espontánea, y más aún, cuando esa conquista requiere una estrecha vigilancia y reafirmación para mantenerla y perfeccionarla, porque solo así es posible mantener vigente el estado de derecho que es la garantía del ejercicio de las libertades, derechos y deberes de ciudadanos en un pie de igualdad, pese a todos los defectos.
Desde el retorno a la democracia, el 1º de marzo de 1985, hemos recorrido un camino que ha puesto de relieve dificultades para el ejercicio del gobierno, sobre todo cuando es preciso trabajar y negociar a efectos de obtener mayorías parlamentarias, en el marco de un sistema presidencial que requiere por supuesto respaldo parlamentario, pese a que la figura del presidente ha resultado fortalecida para darle gobernabilidad, luego de la reforma constitucional que dejó atrás el régimen colegiado.
Igualmente, todavía conviviendo con los resabios de un régimen de facto durante varios años, ha sido posible, precisamente por el uso de los instrumentos que otorga la democracia, aventar los últimos resquicios que habían surgido de doce largos años de dictadura, y que tanto dolor y drama nos ha costado a los uruguayos, para apostar al Uruguay del presente y el futuro, aunque también hemos contado con el aporte negativo de sectores que han apostado más a recordar el pasado que a sentar las bases del Uruguay moderno. Y en la mirada hacia el futuro es que corresponde hacer hincapié hoy, prescindentemente de la instancia electoral, porque estamos todos en el mismo barco y, con o sin balotaje y cualquiera sea el resultado de la elección, a partir del 1º de marzo de 2010 los uruguayos tenemos algo mucho más importante que hacer que subrayar diferencias, pasar facturas entre políticos y/o sectores y reprochar lo que se hizo, se dejó de hacer o se dice que no se va a hacer, y es el anteponer el interés general para entre todos trabajar con las miras puestas en el bienestar general.
Es decir que está todavía muy lejos noviembre de 2014 como para ir intentando arrimar desde ya agua hacia el molino de cada uno en procura de quedar en mejor posición para la nueva consulta electoral. Este ha sido precisamente uno de los mayores defectos de nuestra recuperada democracia y no tiene que ver con el sistema en sí, sino con la actitud de dirigentes políticos, de todos los partidos, que han priorizado su interés personal, sectorial o partidario por encima de los de la corriente de opinión popular que representan.
Este es un aspecto que hace a la condición humana, y que es muy difícil de erradicar cuando hay tantos intereses en conflicto. Pero una cosa es este factor sopesado en forma individual, y otra muy distinta cuando se dilucida en un ambiente colectivo, como las dirigencias partidarias, donde debería tener un mayor peso la actitud colectiva de generosidad hacia el país, de deponer las trabas a las ideas que provienen de otras tiendas políticas, solo por su origen.
En esta fecha tan especial, con un pueblo recientemente convocado a las urnas, se haya definido o no la elección, lo importante es poder contar con el compromiso de los actores políticos en cuanto a trabajar por un país mejor pero no “solo si gobernamos nosotros”, sino en cualquier circunstancia y a quien le toque el ejercicio del gobierno, porque recién entonces podremos darle contenido y sentido a nuestra democracia.
Y no solo como marco institucional para el libre ejercicio de deberes y derechos, sino como respuesta en soluciones reales a la población, cuyos problemas no tienen color político, aunque muchas veces se pretenda inducir a confusión.
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