Paysandú, Viernes 06 de Noviembre de 2009
Opinion | 30 Oct En medio del fragor de la lucha electoral ha pasado casi desapercibido un nuevo litigio desatado en el bloque económico regional, que tiene como protagonistas nada menos que a Brasil y Argentina, que se traduce en cientos de camiones parados en la frontera entre ambos países.
En esta oportunidad el elemento detonante fue la decisión de Brasil de exigir licencias no automáticas sobre algunos productos importados desde la Argentina, aunque autoridades brasileñas subrayaron que no se está ante una represalia por medidas semejantes del país vecino.
El ministro de Desarrollo, Industria y Comercio de Brasil, Miguel Jorge, confirmó que Brasil comenzó a exigir desde la semana pasada en las aduanas la licencia automática de importación para un grupo de productos argentinos, que no especificó, y consideró que “la expectativa es que las importaciones argentinas demoren ahora un poco más (con las licencias no automáticas)”, lo que precisamente ya ha derivado en que estén retenidos en las fronteras camiones argentinos.
Esta decisión implica un cambio respecto al escenario que estaba vigente, por cuanto hasta esta disposición, las importaciones desde el principal socio de Brasil en el Mercosur ingresaban como si tuviesen licencias automáticas, y consecuentemente no se exigía esta documentación en la Aduana para el cruce a su lugar de destino.
Claro, Brasil en realidad lo que ha hecho es dar cumplimiento a lo que había sido anunciado por el presidente Luiz Inacio “Lula” Da Silva en enero, presionado por empresarios de su país que pedían respuestas ante medidas similares dispuestas por Buenos Aires contra productos brasileños.
Ocurre que Argentina desde hace más de un año impone sobre varios productos brasileños la exigencia de licencias no automáticas de importación, lo que ha sido objeto de críticas de los empresarios del país norteño, y finalmente Brasilia ha decidido cumplir con lo que en su momento había anunciado Lula.
La consecuencia inmediata de esta decisión es que han sido afectados diecisiete productos, como es el caso de plásticos, caucho, hierro, acero, bienes de capital, máquinas y aparatos eléctricos, a los que se demora entre 30 y 60 días en conceder las respectivas licencias, y en el mismo procedimiento se ha incluido a productos como ajo, vino, harina de trigo, aceitunas, aceites, alimentos elaborados y comida para animales.
El punto es que ahora la medida brasileña se ha instrumentado intempestivamente y por lo tanto los camiones quedaron retenidos en medio de exportaciones ya pactadas bajo otros términos, lo que ha creado una distorsión más en un mercado regional donde los sobresaltos dan la pauta de una imprevisibilidad que descoloca al más pintado, e intercambio de medidas restrictivas que atienden situaciones internas de cada país sin tener en cuenta el marco global del bloque.
Y curiosamente este diferendo se da ahora entre las dos naciones que desde el nacimiento del acuerdo han puesto en práctica en forma sistemática una bilateralidad en las decisiones que ha sido el factor distorsionante por excelencia en el funcionamiento del acuerdo regional, en desmedro de los socios menores Paraguay y Uruguay, a quienes solo se les ha dado participación por la vía de los hechos consumados, pero sin darles intervención en las decisiones.
El episodio de las licencias no automáticas es apenas un eslabón en la larga cadena de tropiezos en el Mercosur, que está lejos de ser un ámbito confiable para el intercambio comercial de la región, y en cambio obra como limitante para las posibilidades de expansión de exportaciones.
Una visión práctica del efecto Mercosur la da precisamente Ernesto Talvi, director ejecutivo del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), al señalar que “lo que hay son aranceles altos y bastante dispersos y acuerdos con países más bien en desarrollo y en un número limitado”, los que representan apenas el once por ciento del consumo del mundo.
Precisamente, Uruguay está restringido por el arancel externo común del Mercosur y por la necesidad de tener que negociar en bloque los tratados bilaterales de comercio, lo que ata al país de pies y manos al Mercosur, cuando tenemos cercano el ejemplo chileno de firma de acuerdos bilaterales --más de medio centenar-- con países desarrollados, que le abren enormes perspectivas de acceder a los mercados mundiales.
Es decir, mientras sigamos aferrados a las “simpatías” y afinidades ideológicas como argumento para seguir al pie de la letra los avatares del Mercosur, poco y nada bueno vamos a lograr en cuanto a proyección comercial en el mundo, y seguiremos eternamente condenados a seguir como furgón de cola de los intereses de Brasil y Argentina, que aunque tienen diferendos se unen a la hora de decidir por nosotros, y siempre en contra de nuestros intereses.
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