Paysandú, Lunes 09 de Noviembre de 2009
Opinion | 09 Nov Durante 28 años, entre agosto de 1961 y noviembre de 1989, millones de alemanes fueron encerrados detrás de murallas resguardadas a sangre y fuego por efectivos del Ejército de Alemania Oriental, con la excusa de defenderlos del “capitalismo”, mientras al mismo tiempo se les imponía el régimen comunista para convencerlos por la razón de la fuerza que lo mejor que podía pasarles era ser partícipes de la “revolución” de las masas contra los imperialismos, para entre todos levantar la nación del futuro, que sería ejemplo de igualdad y solidaridad.
Hoy, 9 de noviembre de 2009, se cumplen precisamente veinte años desde que el pueblo alemán, recogiendo el tan mentado “el pueblo unido jamás será vencido”, se rebeló contra quienes una y otra vez han utilizado internacionalmente este eslogan para atrapar incautos y hacerlos partícipes o cómplices involuntarios de causas en las que los pueblos fueron sojuzgados y esclavizados por el marxismo. Y si no, que lo digan los alemanes que vivieron la opresión del régimen de la “Alemania Democrática” o del Este, la parte de la ex Alemania que al fin de la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por la ex Unión Soviética.
Precisamente la capital Berlín quedó dentro del territorio soviético y se estableció un corredor para conectarla a la occidental ex República Federal de Alemania.
Esta última fue prosperando hasta constituirse en una de las primeras potencias mundiales, mientras la República Democrática Alemana también pretendió mostrar una fachada de cierto desarrollo que ocultaba una enorme mentira, a costa de la pérdida de libertades y carencias en calidad de vida de su gente.
Pero claro, la Alemania Comunista comenzó a vaciarse por la falta de respuestas a las necesidades de su gente, y para detener esa constante sangría, en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961 el régimen comenzó a levantar un muro para dividir Berlín, cuando ya unos 50.000 alemanes orientales trabajaban del lado occidental y quedaron inmovilizados. Todo el tránsito fue desviado por las fuerzas soviéticas y la policía selló los accesos a la parte occidental, como única forma de impedir que siguieran las fugas masivas hacia el oeste, transformando el país en una gran cárcel.
Hasta esa fecha, más de tres millones y medio de personas habían huido del bloque soviético, en tanto más de cinco mil intentaron saltar, hasta 1989, el muro de 45 kilómetros que iba creciendo en dificultad y vigilancia, y casi doscientas personas perdieron la vida en el intento.
Pero felizmente llegó el 9 de noviembre de 1989, un día histórico para la Humanidad, en el que la gran mentira que se mantuvo durante casi medio siglo quedó al desnudo, y que fue parte de la caída en cascada de los regímenes comunistas, incluyendo la disolución de la Unión Soviética en 1991, en todos los casos por inviabilidad del sistema comunista pero sobre todo porque los pueblos que resultaron víctimas de la burocracia gobernante con mano de hierro se rebelaron contra los verdugos que exigían más “paciencia” para que se dieran los cambios prometidos, que cada día se veían más lejanos.
Hace veinte años, las ansias de libertad y el rechazo a la tiranía comunista hicieron que en unas pocas horas, durante la noche, terminara la Guerra Fría con la apertura de los puestos fronterizos y la salida masiva de los alemanes del Este para abrazarse con sus hermanos occidentales, en tanto se inició a partir de entonces el camino hacia la reunificación alemana, que se formalizó once meses después.
La reunificación, más allá del simbolismo de la derrota de los tiranos y el reencuentro de dos pueblos, no fue fácil, porque la ex República Federal tuvo que hacerse cargo de un país en bancarrota, con gran rezago tecnológico, industrias obsoletas, gran contaminación ambiental y empresas decadentes, todo consecuencia del precio a pagar por “la igualdad” hacia abajo y la inviabilidad de la economía colectivizada. Tras dos décadas, el 80 por ciento de los alemanes del Este apoyan el paso hacia la reunificación y la caída del régimen opresor, y solo entre un diez a un doce por ciento quieren volver al pasado. Naturalmente, como en todos los órdenes, hubieron quienes se favorecieron con las prebendas, con la vigilancia a cada ciudadano por la policía política y la “seguridad”de la pobreza para todos (menos para los burócratas del Estado que dictaban las reglas) y en ese sector se centra la nostalgia por aquellos tiempos de horror y desesperanza.
Pero la enorme mayoría del pueblo alemán, como el rumano, el polaco, el ruso, el checoeslovaco, el húngaro, entre otros, celebran haberse librado por fin del yugo que se les impuso por la fuerza durante décadas, para encontrarse con que solo la democracia da garantías para construir entre todos un mundo mejor, lejos de los “salvadores” que quieren imponer su verdad revelada al costo que sea.
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