Opinion | 12 Nov El tránsito de Paysandú pone a prueba cada día nuestra capacidad de asombro. La presencia de los inspectores de tránsito no logra amedrentar a quienes están dispuestos a correr el riesgo y la consecuencia de una infracción, en tanto los controles parecen insuficientes.
En ocasiones, pareciera que nadie recuerda cosas elementales que demostró saber cuando obtuvo la libreta de conducir ni lo que se dice en las charlas de manejo defensivo.
La inconciencia y la irresponsabilidad viajan muchas veces --más de lo que cualquiera deseara-- en dos ruedas. No es que los conductores de automóviles y vehículos pesados no cometan infracciones o no incurran en malas prácticas de conducción, sino que quizá porque la gran cantidad de motos existente en Paysandú lo hace más notorio, y los riesgos que asumen son mayores.
Por otra parte, está demostrado que en un accidente en la ciudad siempre está más expuesto el motociclista que el automovilista. Y, aún sabiendo todo eso, hay cosas que parecen no tener nunca arreglo.
Circular sin casco en Paysandú --a pesar que hay una ley que obliga su uso-- parece ya no una rebeldía o una infracción asumida, sino una cuestión folclórica y cotidiana. Incluso se ve muy seguido cómo los padres circulan en moto con niños sin casco y con más pasajeros de lo que deberían.
Parecería que, como sociedad, asistimos --también más seguido de lo deseable-- a lamentables noticias de fallecimientos de jóvenes y adultos que seguramente hubieran podido salvarse con la simple acción de colocarse el casco que la mayoría tiene en su casa y, sin embargo, no escarmentamos. Recientemente la Comisión Departamental de Tránsito convocó a un concurso fotográfico para llamar la atención sobre los malos hábitos y malas prácticas que ocurren cada día en las calles sanduceras y también para poner en valor ante los ojos de todos las buenas prácticas, que también existen aunque pasen más desapercibidas. Seguramente que respecto a las primeras no faltarán ocasiones para aquellos que quieran tomar imágenes.