Paysandú, Viernes 13 de Noviembre de 2009
Locales | 08 Nov (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos) El domingo pasado comenzó lo que podría definirse como una nueva etapa en esta aventura emigrante, pues abandoné Randolph para radicarme en una ciudad cercana, Dover, donde reside gran cantidad de inmigrantes, desde que tiene una estación de tren que conecta todo el norte de New Jersey y New York, entre sus principales destinos.
Como muchos inmigrantes no tienen automóvil, fundamentalmente porque no pueden acceder a una licencia de conducir debido a que carecen de los documentos apropiados, prefieren vivir en Dover, donde pueden realizar sus tareas habituales y además trasladarse a sus empleos, desde la estación de trenes o incluso desde la central de ómnibus, que también esta en esta ciudad.
Esto ha hecho de Dover un centro hispano en la zona, pero al mismo tiempo ha tenido otras consecuencias. Por ejemplo, hay muchos restaurantes hispanos, de diferentes nacionalidades, lo mismo que supermercados hispanos. Al mismo tiempo, los alquileres son más altos que en otras ciudades, precisamente por la alta demanda de viviendas.
De todas formas, en la temporada de invierno, que prácticamente está a las puertas, esa demanda cae, debido a que inmigrantes mexicanos (especialmente) regresan temporalmente a su país, debido al fin de la zafra en plantaciones y construcción.
La tranquilidad de la calle Mountainside en Randolph es ya recuerdo. La familia Marcovich también se mudó de allí, a un departamento en otra zona de Randolph, un complejo con cientos de viviendas, donde residen muchos hispanos y también muchos hindúes.
Yo, tras buscar unas dos semanas, y visitar posibles sitios en Long Valley y Mine Hill, entre otras ciudades, me decidí por un cuarto en una pensión de Dover, ubicada en King Street, la Calle del Rey, ni más ni menos. Es una habitación muy tanguera (más o menos 2x4) pero al mismo tiempo cómoda, con nueva alfombra, buen sistema de calefacción (tan bueno que pese al ya intenso frío la ventana siempre está abierta), televisión por cable, acceso a Internet y una lavandería recién inaugurada en la esquina, que ya no utiliza monedas sino tarjetas magnéticas. Además, está a solamente cinco minutos en auto al galpón donde levanto los diarios cada madrugada, lo que también tuvo peso a la hora de la decisión.
Obviamente, es un volver a empezar, porque otra vez la soledad es la única compañía, además del mate, Internet y los recuerdos claro, pero bueno, así fue al comienzo de todo, allá en Vineland. Volver a empezar entonces. Aquí, en la habitación en la Calle del Rey, la historia continúa. Repartiendo diarios en la madrugada, cubriendo a aquellos que se olvidaron de entregarlos en la mañana y desde la semana que viene, de nuevo a repartir pizza, pero esta vez ya no para Domino’s sino para su más fuerte competidor, Pizza Hut.
Precisamente hoy el gerente de la franquicia de Morris Plains, una ciudad cercana a Morristown y no demasiado lejos de Dover, me confirmó que tengo un puesto allí, y que la semana que viene podría comenzar a usar el clásico uniforme negro de los repartidores de pizza de la cadena (delivery experts en realidad, o sea expertos en repartos).
Solo queda por resolver el espacio para dormir y para atender algunos otros asuntos que se han ido abriendo camino en la vida en los últimos meses. Pero, buen alumno de los gringos, nunca se le dice que no a un trabajo. Siempre es bueno contar con algunos dólares más, aunque eso traiga a veces algunos dolores de cabeza o de espalda.
Parece que la primavera promueve en mí cambios fundamentales. Ya ocurrió eso en octubre cuando me encontré solo y sin saber qué rumbo tomar en el centro de Vineland, lo que disparó una serie de acontecimientos que fundamentalmente me permitieron conocer grandes amigos.
Precisamente uno de ellos está en una etapa parecida a la mía, volviendo a empezar. Tito Figueroa ha abandonado Atlanta, donde vivía desde hace años y se trasladó a Elizabeth, en el norte de New Jersey, a unos 40 minutos de donde vivo ahora, buscando nuevos horizontes, en una economía que se bambolea, que ha dejado sin empleo ya al 10% de la población y que no se sabe cuándo se estabilizará. La historia continúa. Las historias continúan. Eso, en verdad, es lo que importa.
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