Paysandú, Miércoles 18 de Noviembre de 2009
Opinion | 13 Nov Con el ingrediente del caso Feldman insertado ineperadamente en una campaña electoral en la que además la constante ha sido la descalificación, las declaraciones de un lado y de otro “a distancia”, muchas veces distorsionando o por lo menos tomando parcialmente lo que ha manifestado el adversario, la ciudadanía uruguaya se apresta a tomar decisiones en una segunda vuelta sin tener la posibilidad de evaluar lo que piensa uno y otro candidato respecto a temas fundamentales para el país, más allá de la hojarasca de los eslóganes, de decir cosas a medias y/o especular con lo que mal dijo o dejó de decir el oponente.
Por supuesto, en la democracia la claridad en el discernimiento surge de la confrontación de ideas, de proponer y recoger el apoyo ciudadano para llevar adelante determinados programas y sobre todo tener capacidad de formular líneas de acción que propendan a incorporar políticas de Estado que permitan establecer un derrotero a mediano y largo plazo en los grandes temas.
Pero claro, ocurre que se han privilegiado los intereses electorales al derecho del ciudadano de saber de qué se trata, disfrazándolo de principios que solo son una cáscara para actuar en función de lo que se entiende conviene para la próxima elección.
Y así se ha actuado en función del interés propio, apelando para ello a la frágil memoria de la ciudadanía o a considerar que ante la emotividad que surge de las preferencias se perdonará y hasta apoyarán las contradicciones que responden a tratar de acomodar el cuerpo a como viene la mano.
En este contexto debemos evaluar como una actitud despectiva hacia la capacidad de discernimiento del elector el rechazo de la fórmula del Frente Amplio a aceptar un debate con quienes disputará la Presidencia y Vicepresidencia de de la República, simplemente porque al favorecerle las encuestas considera un riesgo innecesario confrontar ideas con los adversarios, apuntando a seguir en las declaraciones alternadas a control remoto, recogidas total o parcialmente y buscando más el impacto publicitario y la vaguedad en conceptos que realmente informar sobre lo que se propone a través de la confrontación de ideas.
Y tenemos que en este caso el postulante a la Presidencia José Mujica había indicado que solo aceptaría un debate entre fórmulas, pero cuando se le propuso hacerlo con ambos protagonistas, le dio largas al asunto y luego apeló a que el caso Feldman y las acusaciones lanzadas desde la oposición habían “enrarecido” el clima para un debate.
Tales argumentos resultan insostenibles, si se parte de la base de que precisamente cuando existe un clima enrarecido es cuando se impone la necesidad del diálogo y el intercambio de ideas para situar las cosas en sus justos términos y lograr que surjan elementos para que el ciudadano pueda juzgar a los candidatos en base a sus capacidades y no a los dichos, eslóganes y evasivas a la hora de exponer argumentos.
La ciudadanía uruguaya no solo tiene derecho, sino que necesita que quienes le piden el voto le digan que pretenden hacer y cómo, sin medias tintas, antes que solo exponer enunciados ante una claque genuflexa e incondicional en el apoyo al candidato de su preferencia. Y para este fin no hay nada más esclarecedor que se realice un debate frente a frente, por supuesto que prioritariamente entre los dos candidatos presidenciales, que son quienes tendrán a su cargo la conducción del próximo gobierno, según surja del voto de la ciudadanía.
Por cierto, se trata eminentemente de un aspecto ético y de responsabilidad política, al no existir ninguna norma que obligue a una confrontación de ideas en un debate público, como se da en otros países en los que además a los candidatos ni siquiera se les pasa por la cabeza evadir esta instancia, porque además enfrentarían una sanción electoral de la propia ciudadanía a la que se le sustraen elementos de juicio para pronunciarse.
Y en tren de comparaciones, por ejemplo sería impensable que se promueva un debate en regímenes como el de Cuba, donde existe desde hace medio siglo gobierno de partido único, donde la dictadura se expresa a través de la prensa oficial, sin derecho a réplica. Pero felizmente estamos en Uruguay, donde tras la dictadura hemos recuperado la democracia, y la mejor forma de mantenerla, mejorarla y potenciarla es a través de la confrontación de ideas ante el soberano, en lugar de escamoteárselo, como lamentablemente ha hecho hasta ahora la fórmula del oficialismo.
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