Paysandú, Miércoles 25 de Noviembre de 2009

Nadie es perfecto

Las dos mitades iguales de una misma manzana

Locales | 22 Nov (Por Enrique Julio Sanchez, desde Estados Unidos) Gerardo Sofovich, para su programa televisivo “La noche del Domingo” creó el “Juego de la manzana”, en el cual dos participantes trataban de cortar una manzana en dos partes iguales, ganando el que lograra la menor diferencia entre mitades.
Uruguay, como país, es en sí mismo un “Juego de la manzana”, con dos mitades prácticamente iguales, con el mismo contenido (como la manzana) pero diferentes en conceptos, estilos e intenciones. La segunda vuelta electoral del próximo domingo parece encaminada a reafirmar un país único e indivisible, pero seccionado al medio entre quienes creen que la mejor propuesta de gobierno para el próximo quinquenio está en el Frente Amplio, y quienes creen por el contrario que está en el Partido Nacional, que cuenta con el apoyo del Partido Colorado, el otro sector político partidario de centro derecha.
Una visión desde la izquierda y otra desde el centro derecha. Dos maneras de soñar un mismo país, que sigue atrapado en el fondo por un Estado central gigante, 19 gobiernos departamentales y algunos cientos de gobiernos locales. Y gane quien gane, esa realidad no cambiará. Las intendencias seguirán teniendo cientos, más de mil o miles --según los casos-- de empleados, a contrapelo del mundo, donde las comunas tienen unos pocos contratados, especialmente técnicos y administrativos, confiando a empresas privadas la cobertura de los servicios que la comunidad necesita, quitándole así el peso a los contribuyentes de tener que financiar, en muchos casos, la mayor empresa de un departamento.
Los uruguayos nos unimos fervorosamente en el mate cotidiano, el inclaudicable amor a la Celeste --con más amarguras que alegrías--, la torta frita y la veneración del prócer Artigas. Pero en el resto, jugamos un eterno “Juego de la manzana” para dirimir nuestras diferencias, que en muchos casos no logramos. Un buen ejemplo es el reciente plebiscito que buscó la derogación de la Ley de Caducidad. Por segunda vez la mitad que opina que eso no es bueno ni apropiado para el país triunfó en las urnas y dijo “No”. Pero por segunda vez, la otra mitad se resiste a aceptar democráticamente el veredicto de las urnas.
Otro buen ejemplo es la reciente interpretación del Himno Nacional a ritmo de murga, que volvió a dividir al país entre “a favor” y “en contra”. Los primeros, saludando un acierto artístico y valorando la capacidad vocal de Freddy Bessio, quien lo interpretó en el Estadio Centenario antes que la Celeste pintara alegría a lo largo y ancho del país. Los segundos horrorizados por la banalización de la marcha patria, en un ritmo popular destinado (y confinado) a cada febrero.
Pues, en verdad, el Himno Nacional no deja de serlo porque sea interpretado de diferente forma. No se trata de ninguna versión oficial, no fue cantado en ningún acto patriótico, fue simplemente una forma diferente de acercarse a esa marcha esencialmente nuestra que porfiadamente nos negamos a cantar en público, pero que cuando pensamos que ha sido distorsionada “toca revolución”.
Estados Unidos, en 1969, una sociedad mucho, pero mucho más conservadora que la actual, no pidió pena de muerte para Jimi Hendrix cuando interpretó en el Festival de Woodstock una versión rock del Himno de Estados Unidos.
Quizás, porque esta es una nación no solamente profundamente patriótica, sino que orgullosamente lo demuestra. Muchos hogares tienen ondeando la bandera nacional en sus casas todo el año. En Uruguay ni siquiera en fechas patrias. Quizás por estar tan seguros de su sentir patriótico no ven con desagrado que el Himno sea interpretado de diferentes maneras. Y ciertamente lo ha sido a lo largo de su historia.
En Uruguay, una versión a medio camino, temerosa, que más que murguera es folclore popular (no tiene elementos reales de murga, no hay un solista al que contrapone un coro; el cantante estaba vestido como cantante lírico, etcétera) escandaliza a media manzana. Y hace aplaudir a la otra media, que rápidamente pasa a defenderla como “la mejor
versión”. “El juego de la Manzana”. Alguna vez habrá que preguntarle al hijo del periodista Manuel Sofovich (quien fuera amigo de Carlos Gardel, dicho sea de paso) si no habrá creado ese segmento de entretenimiento reflexionando sobre la realidad uruguaya. Porque vamos de un extremo al otro; porque quienes no piensan como nosotros son casi material descartable (si se es del Frente hacia la centro derecha; si de ésta a la izquierda). Porque gastamos tanta energía en oponernos los unos a los otros en lugar de meter mano y darle para adelante, creando una sociedad progresista en el real sentido de la palabra (no la político partidaria); es uno de esos misterios destinados a Dan Brown, el autor de “El Codigo Da Vinci”.
Mientras sigamos siendo una manzana partida por la mitad, no seremos realmente una nación, aunque si un país. Nosotros, nuestros hijos, nuestros nietos o vaya uno a saber qué futura generación, deberá comprender la tontería de vernos por las diferencias en lugar de hermanarnos por las coincidencias, respetando la diversidad pero sabiendo que más allá que de ser blanco, colorado o frentista; más allá que nos guste o disguste el carnaval; más allá que seamos más o menos estructurados; más allá de cualquier divergencia, nos unen muchas cosas a partir de las cuales construir una sociedad que decididamente debe pasar por encima de lo que nos separa, porque lo que realmente importa
es lo que nos hace uno. De otra manera, ¿cómo podremos cantar con verdadera unción patriótica (en versión clásica, de rock, realizada por la NTVG o murguera) aquello de “Sabremos cumplir”?


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