Paysandú, Viernes 27 de Noviembre de 2009
Locales | 20 Nov Las suaves llanuras y los valles fueron su escenario de inspiración natural. El paisano de a pie y de a caballo, sus protagonistas predilectos. Recrear a través de la imagen su más cara ambición de darle vida a nuestro pasado y presente rural – es en esencia – un sentimiento de pertenencia intransferible para quien se siente identificado con nuestra tradición gauchesca.
Enrique Zorrilla de San Martín tiene setenta y un años, nació en el centro de Montevideo pero a los cimco años se mudó a Pocitos, donde vive actualmente. Está casado con Beatriz Altamirano desde hace cuarenta y dos años, son padres de cuatro hijos y abuelos de cinco nietos.
Hace catorce años que está dedicado a la pintura de cuadros, pero es técnico rural, plantó arroz en las costas de la laguna Merín. Desde los cinco años visitaba la estancia de un tío en el departamento de San José. Su padre también tenía campo en el departamento de Treinta y Tres y ese permanente contacto con la naturaleza le despertó un particular interés por la vida en el ámbito rural.
Como pintor, lleva alrededor de unas 1.500 obras vendidas. Aunque seguramente lo mejor está por venir.
Desde que recuerda, siempre tuvo facilidad para el dibujo. “En tiempos de estudiante intercambiaba trabajos con uno de mis compañeros. Él era muy bueno en el dibujo técnico y yo en el dibujo natural y generábamos una interesante combinación”.
Sus trabajos son básicamente óleo sobre madera y carbonilla. Aunque también incursiona en tinta china, en este último caso se trata de obras que ha comercializado por completo.
Las obras revelan una envidiable originalidad, su ductilidad convive entre la impronta del soñador – que recrea a través del pincel generosas imágenes de la campaña oriental – y el rigor profesional que le supieron transmitir artistas plásticos de la talla de Cléber Lara, Nortan Bottrill y Daniel Amaral. Zorrilla confiesa que “una obra no le lleva nunca menos de medio día”. En ciertas ocasiones, cuando parece que la obra pierde fuerza, y en pleno desarrollo de la misma es capaz de obtener una fenomenal producción. En este punto el artista cuenta que “Daniel Amaral – uno de sus profesores – siempre le recomendó que una obra que se complica a mitad de camino no se quema, nunca se tira y jamás se rompe. Hay que pelearla hasta el final”. Precisamente, con ese criterio, no da trabajo por perdido.
“Doy gracias a la vida de poder recrear el campo uruguayo a través de la pintura”. Le seduce desde la llanura hasta la sierra. La generosidad de los valles y los quiebres de las cuchillas. La serenidad de los ríos y los arroyos. Sostiene que “el territorio uruguayo expone un paisaje amable. En cambio en otros países – que cuentan con una topografía más quebrada – nos intimidan con la montaña, exhibiendo un paisaje mucho más agresivo”. El 99% de las obras son recuerdos, aunque en algunas ocasiones recurre a una fotografía para plasmar el trabajo.
Una muestra de su obra puede contener entre setenta a cien cuadros. Los óleos tienen un costo que oscilan entre los 250 a 1.500 dólares.
Sobre cómo le gustaría que se le recordara, Zorrilla confiesa que “más que como buen pintor, que la memoria colectiva me pueda recordar como buena persona”.
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