Paysandú, Sábado 28 de Noviembre de 2009

Solicitada

Locales | 25 Nov EL SODRE Y EL INTERIOR
Una vez más el interior del país ve con una mezcla de azoramiento e impotencia, de perplejidad e indignación, cómo se inaugura otra obra gigantesca y suntuosa en Montevideo –en realidad en el mismo barrio donde se han inaugurado otras obras públicas de similares proporciones - realizada con fondos de todos los uruguayos pero que, en los hechos, sólo beneficiará a una escasa porción de los mismos y radicados en la Capital.
Durante más de 20 años se han destinado decenas y decenas de millones de dólares –sería conveniente que se conocieran las cifras exactas - a levantar en una manzana de Montevideo una obra totalmente desproporcionada, tanto en relación a los requerimientos culturales que necesita nuestra sociedad como, sobre todo, a las posibilidades reales de un país económicamente fundido y lacerado por la pobreza y la miseria, la emigración y la falta de horizontes para nuestra juventud, entre otros problemas. Y pese a todo el gasto brutal que ha insumido, esta nueva pirámide de Keops montevideana aún no está culminada y, además, de ahora en adelante seguirá consumiendo un presupuesto enorme dado los costos de mantenimiento que posee.
Apenas a unas cuadras del totalmente remodelado Teatro Solís, en una alocada competencia con el Gobierno Departamental capitalino, el Ministerio de Educación y Cultura dedicó durante años buena parte de su presupuesto a realizar esta obra que se suma a otras, todas concentradas en pocas cuadras de la Capital. Y por más que existen algunos programas recientes que señalan una definida y bienvenida intención del MEC de estar más presente en el interior del país, los montos asignados no son más que moneditas de un presupuesto que en su mayor parte queda absolutamente destinado a mantener los diversos servicios culturales concentrados en Montevideo. Mientras tanto, que las Direcciones de Cultura, las bibliotecas, los museos, los conservatorios, los grupos de teatro, los talleres de artes plásticas, los Monumentos Históricos Nacionales de todo el resto del país que sobrevivan como puedan o compitan entre ellos para obtener alguna limosna….
Durante años debimos escuchar que era una “vergüenza nacional”, “una humillación para nuestra cultura uruguaya” que no existiera el auditorio del Sodre, que por eso no había que medir gastos para su reconstrucción. Perfecto, debía hacerse… pero de manera proporcionada a nuestras verdaderas posibilidades como país. Pero estimamos que primero debió darse otro paso. Gobernantes o autoridades de los servicios culturales estatales ¿no debieron recorrer todo el país para ver con qué infraestructura contaban los 18 departamentos restantes? ¿No es también una vergüenza nacional que haya capitales que desde hace más de un cuarto de siglo no cuentan con una sala de espectáculos digna?; ¿no es también vergüenza nacional que decenas y decenas de pequeñas poblaciones del Interior carezcan de la más mínima infraestructura para realizar actividades artísticas con ciertos requerimientos?; ¿no es vergüenza nacional que miles y miles de niños y jóvenes uruguayos, habitantes de esas poblaciones menores, carezcan de toda posibilidad de acceder a una educación artística, especialmente musical, adecuada?
Una vez más quedó en evidencia que en el Uruguay los problemas son “nacionales” sólo cuando los sufre Montevideo, mientras tanto las demás no lo son o son sólo problemas de “afuera”. Las necesidades de Montevideo deben ser nacionales y por tanto cubiertas con recursos de tal índole, las del resto del país sólo “locales” y que esperen…
Con todas esas decenas y decenas de millones de dólares ¿cuántos conservatorios se podrían crear?, ¿cuántas orquestas infantiles y juveniles a lo largo y ancho del país podríamos poseer rescatando a tantos del naufragio existencial en que viven?; ¿cuántos talentosos músicos jóvenes, que hoy emigran, tendrían trabajo?; ¿cuántos Sodres regionales podrían existir?, ¿cuántas becas podrían pagarse para que nuestros niños y jóvenes se perfeccionaran en la Capital o el extranjero? Nada de eso existe hoy y nada existirá de nuevo y auténticamente transformador después que esa obra, fruto de la tradicional megalomanía de parte de nuestras dirigencias, se vuelva a inaugurar.
¿Acaso esa nueva mole montevideana redundará en que los distintos servicios y elencos que posee el Sodre –que los financiamos todos los uruguayos, aún los que viven en los puntos más alejados del país – tengan un alcance verdaderamente nacional y rompan su triste tradición de disfrute casi exclusivamente capitalino?
En 1938 en un Congreso de Escritores Juan José Morosoli, denunciando la marginación cultural del interior, decía: “Llamando a las cosas por su nombre tenemos que decir que Montevideo nos anuló siempre de la manera más terrible”… y eso no ha cambiado demasiado. Se dirá que no es Montevideo, que son las dirigencias…. Sí, pero estas cambian de signo político pero la centralización en la toma de decisiones, en la asignación de recursos, en la creación de infraestructuras y en las posibilidades de acceso real a las mismas sigue siendo tan absurda como absoluta. Y eso se da tanto en el campo de la cultura, como de la política, del desarrollo científico-tecnológico, del financiero, de rutas y puertos, de transporte y comunicaciones, etcétera.
El suntuoso nuevo edificio del Sodre es una obra pública totalmente alejada de la imprescindible austeridad republicana –más exigible en un país cuyo futuro está severamente cuestionado por varias razones- y más propia de la tradición de monarcas absolutos, que para exaltación de su gloria personal concebían faraónicas construcciones mientras sus pueblos se debatían en el hambre, el atraso y la ignorancia. El Uruguay, desde comienzos del siglo XX tiene un largo y triste historial en tal sentido.
Por otra parte, no deja de ser muy extraño y contradictorio que en un país donde tanto se ha teorizado y tanto se ha logrado en la lucha por los Derechos Humanos y las distintas formas de discriminación, no se tenga todavía conciencia que la forma de discriminación más arraigada y brutal que ha tenido siempre el país – especialmente a lo largo del siglo XX – ha sido la geográfica, por la cual según en el lugar en que se nace se es ciudadano de primera, de tercera o cuarta….
Las murallas mentales han sido siempre muy altas y no han permitido ver más allá de ellas. Bien dijo muchas veces el recién desaparecido Alberto Methol Ferré que la influencia nefasta sobre el Uruguay del pensamiento de origen unitario -centralizador, antiartiguista y promotor del vasallaje intelectual- era muy profunda y, en múltiples aspectos, su influjo sigue vigente. Por eso el Interior aún es tratado tal como un territorio vencido, del cual sólo debe extraerse riquezas. Interior que se lo concibe como un inmenso espacio económico para la producción de bienes destinados a mantener los lujos de la Capital pero no para que las diversas comunidades humanas en él existentes crezcan de manera pujante, armónica, moderna y en un pie de igualdad.
Los ilustrados europeizados -y sus actuales descendientes- soñaron con el país modelo, pero como la sábana resultó corta terminaron contentándose con construir la “ciudad modelo”, la vidriera para el mundo que no dejara ver el Interior postergado. Por eso, y aunque nos duela decirlo - y a otros escandalice el escucharlo- estamos convencidos que en el siglo XX no fuimos un país-nación, apenas una Ciudad-Estado con el nombre de Uruguay. Lamentablemente, comenzamos el siglo XXI transitando por el mismo camino….
Pero sin duda una de las cosas que causa mayor desazón es cómo durante más de dos décadas existió un profundo silencio por parte de los representantes políticos del Interior respecto a tan desproporcionada inequidad en la inversión de recursos dedicados al desarrollo cultural entre la Capital y Montevideo. Los Representantes de todos los partidos callaron cuando presupuesto tras presupuesto se destinaban millones y millones a una misma manzana de la Capital, seguramente porque como sucede desde hace décadas, se opta por ser primero leales a las cúpulas dirigentes capitalinas antes que a las propias sociedades que representan.
Ante el espectáculo que nuevamente contemplamos, recordamos las palabras de Julio Martínez Lamas cuando en 1938, en “¿A dónde vamos?” advertía: “no basta la contemplación del urbanismo montevideano para juzgar sólo por él la vida de todo el país”.
Lic. Oscar Padrón Favre
Durazno, 20 de noviembre 2009.


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