Paysandú, Martes 01 de Diciembre de 2009
Opinion | 27 Nov El encuentro, sellado con un gran abrazo, entre el bolivariano presidente venezolano Hugo Chávez y su par iraní Mahmud Ahmadinejab, fue a la vez jalonado con elogios y distinciones mutuas, a partir de elementos en común, que son por un lado la característica de ser grandes productores de petróleo y abanderados en su lucha contra el “eje del mal”.
Así, Chávez calificó al mandatario árabe como un “gladiador antiimperialista”, y “un hermano” en la lucha que libran los dos “países libres”, mientras Ahmadinejab sostuvo que junto a Chávez “estarán juntos hasta el final”.
No hace alusión a cual “final” hipotético se refiere, aunque posiblemente ello incluiría la aniquilación del “enemigo imperialista” que tiene su sede en Washington, lugar desde donde en su particular visión emanan todos los males que afectan a los pueblos en la faz de la Tierra.
Chávez, con su acostumbrada verborragia, no escatimó elogios en su bienvenida al líder iraní, a quien reproclamó como “gladiador de las luchas antiimperialistas, ejemplo de firmeza, de constancia, de batalla por la libertad de su pueblo, por la grandeza de la patria persa, de la patria iraní. La patria de Bolívar te da la bienvenida”.
Para no ser menos en esta apuesta de elogios recíprocos, Ahmadinejab le dio gracias “a Dios todopoderoso por darme la oportunidad de presentarme otra vez en la Venezuela revolucionaria con mis amigos revolucionarios”. Y así, entre mutuos halagos y evocaciones a su carácter de abanderados de la revolución, quedó claro que desde el Caribe ha quedado abierta la puerta para nuevos avances en este esquema de cooperación, que evidentemente –y este es el aspecto que debería preocupar-- trasciende el plano comercial para encuadrarse en esquemas ideológicos y sobre todo de confrontación, que flaco favor le hacen a la América Latina y la paz mundial.
Previamente Ahmadinejab había visitado Bolivia y estrechado lazos de amistad con Evo Morales, otro partícipe de la mentada “revolución” en el subcontinente, que pasa sobre todo por atribuir todos los males habidos y por haber a Estados Unidos, y por si quedara alguna duda, el mandatario iraní recibió a través de Chávez los saludos del ex dictador cubano Fidel Castro, quien igualmente mueve los piolines del poder tras bambalinas.
La visita del líder persa y los destinos que eligió son señal inequívoca de por donde viene la mano, --solo faltó Ecuador en este eje “revolucionario”-- pero lo que sí llama en principio la atención es que el periplo también haya incluido al Brasil de Lula, que ha tenido más bien una postura pendular en el relacionamiento internacional, y que en su momento guardó distancias respecto al extremismo irracional de Chávez y tiene pretensiones de hacer buena letra como país emergente.
No puede disimularse que la decisión de Irán de llevar adelante contra viento y marea su programa nuclear significa un elemento de inquietud para la comunidad internacional, tanto por lo poco que muestra como por lo que se empeña en ocultar ante los organismos de control, y porque además de vez en cuando abona sus excursiones a otros países con la amenaza de “borrar del mapa a Israel”, --un país que también desarrolla su programa nuclear nada menos que en el conflictivo Medio Oriente-- y a la vez sostiene que el holocausto judío nunca existió. Ante delirios y fanatismos bolivarianos, alianzas estratégicas que trascienden lo comercial y se apoyan en lo político-ideológico, quedan legítimas dudas sobre el papel de Lula en este esquema, teniendo en cuenta que el líder iraní no es una buena carta hacia la interna y que las manifestaciones populares de rechazo a su presencia en Brasil lo han puesto claramente de relieve.
Claro, ocurre que una cosa es la política y otra el aspecto comercial, desde que Irán recibe nada menos que el 30 por ciento de las exportaciones brasileñas al Medio Oriente, y ello explica que se “trague un sapo” como recibir al líder iraní y corra riesgos de quedar en la misma escala que Venezuela y Bolivia en la consideración internacional, pese a que Lula se ha cuidado en señalar que en su país se recibe tanto a líderes israelíes como árabes, y que su objetivo es la de ser mediador en los conflictos.
Pero lo que evidentemente no queda claro es hasta donde pueden llegar “alianzas estratégicas” cuando involucran a determinados países o mejor dicho a mandatarios que no se han caracterizado por ser precisamente pacifistas, cuando encima está de por medio nada menos que el desarrollo nuclear, en manos que distan un abismo de inspirar confianza cuando una y otra vez hacen referencia a los “enemigos” e “imperialistas”, con el puño crispado y amenazas al por mayor.
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