Paysandú, Sábado 05 de Diciembre de 2009
Locales | 29 Nov María Isabel tenía una modesta frutería en el barrio. Hoy, con el agua en el fondo de su casa ha destinado la verdura que le quedaba a una olla popular instalada en la vereda, que asiste a unas cuarenta personas. Luis es un vecino de la zona de Ledesma y Solís y aunque su casa tiene agua adentro, duerme allí para evitar que le roben. Ignacio tiene más de veinte pollos, cuarenta gallinas y casi igual cantidad de cerdos; también tres nietos a cargo y está instalado con todos ellos en una carpa con corral improvisado en el cantero central de la avenida José de San Martín (ex Tropas).
Virginia tiene 24 años y una beba de tres meses y un hijo de tres años. Junto a su esposo es una de las tantas familias que está alojada en el Estadio Cerrado y otra de las que perdió parte de las pertenencias. Catalina cumplió 75 años el día que fue evacuada.
Todos ellos son apenas algunos de los más de dos mil sanduceros que vive en carne propia el drama de la creciente. Todos esperan: que los ayuden, que baje el agua.
A LA ORILLA DEL AGUA
En una recorrida realizada por un equipo de EL TELEGRAFO por la zona de Ledesma y Solís al Sur fue posible constatar todo tipo de necesidades de la gente, desde alimentos hasta abrigo. Muchos dijeron que se les ha mojado el colchón y las frazadas. Otros denunciaron que se sienten perjudicados por vecinos que reciben donaciones y las venden, en especial alimentos.
A todos les molesta que la creciente se haya convertido en una “atracción turística”. “La gente viene acá en brutos autos y cuatro por cuatro a ver la miseria mientras toman mate. No queremos eso”, dijo una vecina de las inmediaciones de Solís y Ledesma.
En una cuadra de esa zona se ha conformado una olla popular en la casa de María Isabel Velázquez, quien ha convertido su humilde frutería en sitio de reparto de comida y alimentos.
“Acá comen 40 personas, la mitad son niños. Además alojé tres familias en mi casa. Necesitamos ayuda porque hay gente que ha perdido todo lo poco que tenían, estamos rodeados por el agua”, dice al ofrecer su teléfono --el 40176-- para que “la gente llame y con un camioncito vamos a buscar lo que puedan donar”. Pidieron leche, pañales, colchones, frazadas y repelente y alimentos para la olla popular.
Luis Strippe es uno de los vecinos que duerme dentro de su casa anegada. La inundación le llegó el jueves, tiene seis hijos menores y dice que “la cosa está brava”. No quiere irse de su vivienda porque teme que le roben las pertenencias.
A pocas cuadras de allí encontramos a Estela Soria con su nieto, un niño discapacitado que necesita tomar la “leche Ensure” y no tiene más. “La sacábamos en el Hospital pero ahora estamos evacuados y alojados en Porvenir; no pudimos ir al Hospital”, dijo mientras unos parientes la llevaban en una camioneta hasta la terminal para tomar el ómnibus al referido pueblo del interior departamental.
Ignacio Silveira trabajaba como eventual en la Intendencia pero recientemente fue cesado. Fue el único adulto que al preguntarle qué precisaba nos dijo “trabajo”. Con sus 60 gallinas, una veintena de cerdos, su esposa, hijos y nietos ha construido una vivienda provisoria en el cantero de la avenida San Martín, casi al borde del agua. Diariamente recorre restaurantes, fruterías y otros lugares en busca de sobrantes de comida para alimentar los animales. Ha perdido varias gallinas que se le escapan del improvisado corral y “no vuelven”, también decenas de pollitos que murieron con las últimas lluvias. Tiene lechones para vender.
A pocos metros de allí se hallan las familias de Miguel Silva y Wilson Bentancur, dos clasificadores de residuos domiciliarios desalojados por la creciente. Han armado una toldería con nylon y encerados prestados por los vecinos de la zona. Allí están viviendo cuatro niños, dos mujeres y tres hombres.
Exhibieron documentos expedidos por la Policía que indican su calidad de autoevacuados pero aún no han recibido ningún tipo de ayuda. “Lo que más precisamos es comida porque se nos ha dificultado salir con el carro y tenemos que alimentar los gurises. Nosotros con una banana pasamos, pero ellos son niños”, dicen.
EN EL ESTADIO
La vida también cambió drásticamente para las más de doscientas personas que están alojadas en el Estadio “8 de Junio”. Allí dialogamos con Virginia, una joven madre de 24 años, que encontramos haciendo dormir a su beba de 3 meses sobre un colchón en el piso.
Al lado estaba Alex, su otro hijo, de tres años, con cara de aburrido. No quería ir a jugar. Ha perdido a los amigos del barrio y está entre desconocidos, lo que lo inhibe un poco.
Al igual que todos los evacuados del Estadio con los que hablamos, la joven afirma que está bien atendida. La encontramos triste y pensativa. No es para menos. Estaba viviendo en “un rancho” prestado en Nuevo Paysandú y no pudo sacar sus pocos muebles.
“Cuando nos acostamos el agua estaba lejos y nos despertamos y estaba ya entrando por la puerta”, dijo. También perdió su sustento ya que junto a su esposo revendían verduras y frutas y tenían algo plantado. “Con la platita del día comprábamos la comida y los pañales, no se qué pasará cuando volvamos”, dijo.
Cledia tiene 22 años y un niño de seis meses. Vivía en La Chapita y está evacuada con una pareja de la cual es familiar, quienes perdieron sus colchones. El hombre no estaba porque había salido a hacer “changas”.
Daniela Castro, su esposo y cuatro hijos fueron evacuados el viernes en Nuevo Paysandú. No pudieron sacar parte de los muebles y saben que al regresar necesitarán colchones y ropa de cama. A pesar de la emergencia la pareja tiene esperanzas: estuvieron separados un año, ahora están juntos nuevamente y piensan que lo que les ha pasado los unirá más.
Caminando entre los colchones ubicados en el piso del Estadio y con un jarrito con “mate cocido” en la mano, nos encontramos a Catalina. Cumplió 77 años el jueves 25, el mismo día que fue evacuada.
Es pensionista a la vejez y vivía sola en la zona portuaria. No pudo llevarse parte de sus muebles y electrodomésticos pero dice que eso ya le ha pasado otras veces porque ha vivido muchas crecientes. Lo que más le preocupa son sus cinco perros, que dejó en la casa. Sin embargo, ya fue a visitarlos para llevarles comida.
Con tanta gente junta, pernoctando en colchones y colchonetas en el piso del estadio, la convivencia no es siempre sencilla. Sin embargo, la mayoría hace un esfuerzo por pasarlo lo mejor posible.
Enfrente, en el cerco de la cancha del Estadio Artigas, las mujeres cuelgan la ropa que lavan en latones mientras los gurises juegan al fútbol o hacen gimnasia.
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