Paysandú, Martes 08 de Diciembre de 2009

Tras acallarse los ecos electorales, el país...

Opinion | 02 Dic Más allá del ejemplar comportamiento del pueblo uruguayo en el acto electoral del domingo, con las excepciones de algunos exaltados que nunca faltan, la dirigencia política, tanto por el lado de los ganadores como por quienes no contaron con el respaldo mayoritario de la ciudadanía, ha tenido manifestaciones alentadoras respecto a la disposición para lograr entendimientos de cara al próximo gobierno.
Claro, como bien sostiene el refrán, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, y como en todos los órdenes de la vida, una cosa es exteriorizar sentimientos y buena voluntad para acordar y lograr entendimientos, y otra muy distinta es plasmar estos acuerdos generales a la hora de instrumentar políticas, en las que muchas veces ni siquiera hay consenso dentro del partido de gobierno, y mucho menos cabe esperar que se logre con otras fuerzas políticas, que por algo son diferentes y reciben respaldo de electorados diferentes.
Igualmente, por lo menos se hace el intento, como ya ha surgido del primer contacto entre el presidente electo José Mujica y el ex aspirante colorado Pedro Bordaberry, por plantear grandes temas como punto de partida para generar aportes comunes, en este caso en áreas como educación, seguridad, energía y medio ambiente. Hay aspectos tal vez fáciles de enunciar como objetivos, pero no necesariamente se transita con la misma fluidez por los mecanismos para hacerlo, sobre todo en el primer punto, en el que el actual gobierno se “cortó solo” y aprobó una ley de educación que no conforma a tirios ni a troyanos, y que en esencia ha dejado afuera el tema de fondo de la calidad y sentido de la educación, para traspasar una creciente porción del poder a los gremios.
Paralelamente, debe tenerse presente que el próximo gobierno también va a contar con mayoría legislativa, aunque más reducida que la actual, y que no existen exigencias reales de acordar para obtener mayorías parlamentarias, salvo cuando se requieren las especiales para aprobar determinadas leyes.
La experiencia indica, además, incluso en coaliciones de gobierno que necesariamente deben buscar acuerdos para obtener respaldo parlamentario, que con el paso del tiempo aparecen las diferencias y lo que previamente se acordó termina diluyéndose por efectos de trabajosas negociaciones en las que lentamente cada fuerza política pretende marcar sus diferencias y ponerse en mejor situación para la siguiente elección.
Pero es una buena señal para la población y beneficia al sistema político que acallados los ecos del fragor de la lucha electoral, se pongan los pies sobre la tierra, se dejen de lado los emplazamientos y las descalificaciones hacia los adversarios, para pensar en el futuro, en la situación de los uruguayos con problemas que no tienen color político y a los que deben buscarse soluciones que no sean un parche para salvar hoy las apariencias, sino que se genere la sustentabilidad que permita que dentro de pocos años no estemos de nuevo con la misma situación que hoy y aún agravada.
Corresponde, asimismo, detenernos en las expresiones vertidas por el presidente electo en el discurso que pronunciara ante la multitud poco después de conocerse el resultado electoral que lo ungirá como cabeza del Poder Ejecutivo por los próximos cinco años, cuando haciendo una autocrítica y reconocimiento a la vez, dijo que le llevó “toda una vida” darse cuenta de que el poder reside en la voluntad popular, en las masas, “allá abajo y no aquí arriba”.
Inequívocamente, se refirió a que la legitimación de un gobierno radica en ser ungido por el voto popular y no en ancas de las revoluciones de “élite”, encabezadas por intelectuales que han promovido la violencia de las armas y el terror como método de desgaste y desestabilización.
Felizmente, el futuro mandatario, quien en su juventud actuó como guerrillero en la clandestinidad, tras toda una vida en otra cosa ha apostado a la fuerza y la legitimidad que otorga el voto en la democracia representativa para elegir a quienes deben conducir los destinos de un país. Y por cierto, se habría ahorrado mucha sangre y drama para los uruguayos si esta concepción se hubiera asumido hace más de cuarenta años, y a la vez esta reflexión lleva implícito un justo homenaje a los millones de uruguayos -- aunque tardío--, que siempre hemos creído en la democracia y el sufragio secreto como único instrumento valedero para reflejar la voluntad popular y el sentir del ciudadano.


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