Paysandú, Jueves 10 de Diciembre de 2009
Opinion | 08 Dic Como bien señala nuestro corresponsal en Chile, Horacio R. Brum, hay cuatro caños actualmente inútiles en la larga frontera chileno argentina, que son los gasoductos construidos en la década de 1990 con el fin de importar gas desde las grandes reservas de la Argentina, y cuya utilización permitió la reconversión y empuje de la industria chilena en ese período, además de alimentar centrales térmicas.
En el caso de los sanduceros, tenemos también un gran caño inútil desde hace ya varios años, que es el del gasoducto subfluvial que asoma a la altura de Casa Blanca, por una inversión no menor a los doce millones de dólares, que tiene una vida útil de cincuenta años y ya ha transcurrido una quinta parte de ese período sin que haya pasado gas ni para rellenar una garrafa, cuando las expectativas estaban centradas en contar con gas natural para alimentar una central térmica de ciclo combinado, eventualmente con la perspectiva de exportar electricidad a Brasil.
Y mencionamos los casos chileno y el que tenemos a escasos kilómetros porque todos tienen un común denominador, que es el de depender de la imprevisibilidad y forma de hacer política que han tenido los sucesivos gobiernos argentinos y de lo que el matrimonio Kirchner es un exponente altamente representativo, aunque también en el gasoducto cercano a la capital sanducera hay un alto componente de políticas erráticas de sucesivos gobiernos de nuestro país.
El problema, de todas formas, empieza por la insostenible trama de subsidios en que se basa la economía argentina, con precios de combustibles y electricidad muy por debajo de los valores internacionales, aunque los exporta sí –cuando ha podido-- con valores de mercado. Ello ha desalentado toda inversión de las compañías para mejorar la distribución y explotar nuevas reservas, y apenas tratan de más o menos empatar la ecuación con lo que tienen instalado desde hace años. Por lo tanto, no puede extrañar que los cuatro caños de la frontera argentino-chilena por las que en su momento circuló gas argentino con destino a la nación trasandina hayan quedado fuera de servicio cuando la crisis de abastecimiento de gas en la Argentina determinara que pese a los compromisos asumidos a tambor batiente en su momento, Buenos Aires dejara sin gas a Chile, al priorizar el abastecimiento interno a la exportación, solo para mantener la burbuja de precios que hasta hoy intenta sostener contra viento y marea.
Claro, para Chile había poco para elegir: apostar a ir tirando para ver qué pasaba en el futuro con un vecino para nada confiable, o lanzarse de lleno a cambiar la estrategia desde el punto de vista estructural para zafar de la dependencia de la imprevisibilidad del gobierno de Buenos Aires.
Este cambio lo pudieron resolver en menos de un quinquenio, luego que el presidente Ricardo Lagos decidiera cortar por lo sano y se volcara a construir una planta receptora de gas natural licuado, abastecida por barcos de ultramar desde lugares como Argelia, Egipto o Trinidad y Tobago, lo que les significa no depender de un solo origen del energético, y contar con instalaciones que le permiten distribuir de 10 a 15 millones de metros cúbicos por día, es decir abastecer sin problemas el mercado interno, y emplear el energético en sustituir el costoso y contaminante combustible diesel que debió utilizarse transitoriamente al cortarse el suministro argentino.
Los chilenos tendrán además a partir de 2010 excedentes para exportación, y ya existe interés de Uruguay ante la posibilidad de poder abastecerse a través de Argentina de este carburante. Este es precisamente el aspecto que conlleva un alto grado de incertidumbre para la operación, desde que al tener que cruzar por la red del vecino país ya de por sí es un desafío de alto riesgo en todo tiempo, en caso de que pudiera acordarse la operación.
El punto es que lo que los chilenos pudieron hacer por imperio de la necesidad en pocos años también lo debería haber hecho Uruguay, a través de un sistema similar, que nos ponga más o menos a cubierto de dependencias, presiones y condicionamientos. Pero lo que debe hacerse de una buena vez es dejar de seguir dándole vueltas al asunto e ingresar en la etapa de definiciones, como lo han hecho los hermanos trasandinos, porque mientras otros hacen y se toman las cosas en serio, por estos lares se demora años y años en adoptar decisiones que son cruciales para el futuro del país, como si el tiempo y el dinero sobraran.
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