Paysandú, Lunes 14 de Diciembre de 2009
Opinion | 10 Dic Los primeros pasos del presidente electo José Mujica, a partir de las horas inmediatamente posteriores a conocerse el resultado electoral, han resultado promisorios en cuanto a dar señales positivas hacia todo el espectro político, pero sobre todo a los ciudadanos que han adherido electoralmente a otras corrientes partidarias, desde que contar con una mayoría algo superior al cincuenta por ciento en el balotaje, no quiere decir que deba imponerse a rajatabla una visión propia de las cosas por encima de la opinión o en desmedro de otras alternativas igualmente valederas. Y ha sido positivo que tras la legitimación por el voto popular, el próximo mandatario haya tenido actitudes conciliatorias hacia otros líderes políticos y sobre todo hacia quienes éstos representan, porque precisamente de eso se trata la democracia representativa de gobierno: el delegar en el Parlamento y por supuesto en el Poder Ejecutivo la representación de la voluntad popular.
Estos primeros contactos, esta disposición al diálogo, no es por supuesto una novedad cuando surge un gobierno electo, cuando la constante en nuestro país ha sido la de enviar estas señales hacia el sistema político y hacia la ciudadanía, aunque después, a la hora de aterrizar en acuerdos esta visión, la cosa es mucho más difícil, porque por un lado se deben ponderar las relaciones de poder dentro de la interna del partido de gobierno, con visiones encontradas entre sectores, y por otra se tiene un panorama similar en otras corrientes partidarias, más allá de los grandes temas en que se exploren puntos en común.
Pero, es por lo menos siempre una posibilidad, un punto de partida para un trabajo en el que el gran beneficiado va ser el país. Precisamente no debería tratarse de cargos, porque en este caso ni siquiera el Frente Amplio necesita construir mayorías parlamentarias e implicar a otros partidos en la conducción del gobierno, sino de políticas macro e incluir aportes de otras vertientes para enriquecer programas, sin perder de vista la responsabilidad de conducción del gobierno que ha sido otorgada por el voto popular.
Para ello no se requiere necesariamente incluir ministros de otros partidos en el próximo gabinete, desde que este es otro grado de compromiso que resulta prácticamente impensable si se tiene en cuenta cuales han sido las propuestas que se han formulado en las respectivas plataformas electorales, pero sí corresponde buscar acuerdos en determinadas áreas que requieren políticas de Estado, que son las grandes ausentes en nuestro sistema político.
Entre los aspectos negativos, empero, debemos señalar que contrariamente a lo que predicara durante años el Frente Amplio cuando estaba en la oposición, y criticara implacablemente a los partidos tradicionales, los ministros que colaborarán con el gobierno de José Mujica han sido designados con un criterio netamente político, distribuyendo cuotas de poder ministerial de acuerdo al respaldo electoral de los grupos que integran la coalición, tal como se ha hecho además sistemáticamente en las intendencias que ganó la coalición de izquierdas, sobre todo en Montevideo, y el aspecto técnico ha quedado relegado.
Este punto precisamente ha sido motivo de ácidos cuestionamientos a gobiernos colorados y blancos por la izquierda, pero ocurre que en el ejercicio del poder ha hecho exactamente lo mismo que sus antecesores, dando por tierra con la premisa de que se iban a elegir los mejores técnicos para las respectivas carteras, por encima de condicionamientos políticos.
Además, distribuye premios consuelo a quienes se postularon como legisladores y no han logrado el suficiente respaldo popular para ser electos, con cargos dentro del Estado y en representaciones diplomáticas, como ha ocurrido desde siempre nuestro país, y con lo que el Frente Amplio prometió terminar.
Ya lo hizo Vázquez y lo está haciendo Mujica, apostando solo a la confianza política aún en carteras donde es impensable una gestión que no sea desarrollada por un técnico de sólida formación en el área, lo que da la pauta de que por encima de virtudes y merecimientos personales, que no deben perderse de vista, no se han buscado las amalgamas que permitan hacer realidad el ideal del mejor capacitado para cada puesto, como se había pregonado durante tanto tiempo.
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