Paysandú, Miércoles 16 de Diciembre de 2009
Opinion | 12 Dic La opinión pública, con diferentes grados de interés, por supuesto, está asistiendo a una “minicrisis” en los contactos del presidente electo José Mujica, en plena tarea de integrar el gabinete ministerial con sus respectivos titulares y subsecretarios, a lo que deberá seguir además la integración de los directorios en empresas públicas y organismos descentralizados, entre los cientos de cargos de confianza política que se renuevan con cada administración de gobierno.
En teoría, teniendo en cuenta que están en juego nada menos que los intereses del país, un mandatario debería designar para estos puestos a personas que presenten la formación y capacidad imprescindibles para servir los intereses de los ciudadanos, cualquiera sea su origen político, pero la experiencia indica que una cosa es la teoría y otra la realidad, cuando hay compromisos políticos de por medio y una serie de condicionamientos que marcan a fuego a todo gobierno que se instale.
Así, debemos tener presente que un partido no es un conglomerado homogéneo y menos aún el Frente Amplio, que es una coalición de partidos de izquierda, nacida en 1971 por acuerdo político-electoral de partidos, entre los cuales había ideologías tan contrapropuestas como el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Comunista.
Esta diversidad que se manifiesta hasta hoy, naturalmente, indica que el mandatario tiene una base político- partidaria integrada por sectores que aportan cada uno determinado caudal electoral y que naturalmente aspiran a participar activamente en la conducción del gobierno, que se apoya no solo en la acción parlamentaria, sino en la integración del gabinete ministerial y entes autónomos, entre otros organismos a los que se les da conducción política por encima de los cuadros de carrera.
Lo que está en juego, por lo tanto, es una cuota de poder en los ministerios, en los organismos del Estado, que generalmente es preservada por el presidente mediante una cuidadosa distribución entre sectores de su partido o eventualmente extrapartidarios, cuando no tiene mayorías parlamentarias, de forma de “no pisar callos” que afecten la armonía en los apoyos a la hora de gobernar.
Lamentablemente, el Frente Amplio, que llegó al poder con el enunciado de tener otra forma de hacer política, y cuestionaba el reparto de cargos por cuota partidaria, ha actuado exactamente de la misma forma y aún con mayor acento en esta cuotificación por la gran diversidad de sectores que lo integran.
Vázquez optó en su gobierno por distribuir los principales ministerios entre los cabezas de sector, por lo que trató de asegurarse el respaldo político antes que designar a la persona más capacitada para esta gestión, y así hemos tenido buenos y malos ministros, lo que por supuesto ha repercutido en el grado del éxito o fracaso de las políticas en cada área.
Incluso se ha dado el “enroque” de ministros, es decir que quien actuaba al frente de una cartera ha sido designado para otra que no tiene nada que ver, lo que por supuesto conspira contra la calidad del servicio público de que se trate, por mejor intencionada que sea la persona, porque muchas veces se termina en que los “comodines” y “todólogos” al final terminan haciendo poco y nada en cada lugar en que se desempeñan.
Y más allá de la confianza política, de la cuotificación, el país merece y sobre todo necesita que se designen los mejores para cada cargo, los que por lo menos deberían tener formación profesional a tono con las exigencias de su tarea ministerial.
En este contexto, el ingeniero agrónomo Ernesto Agazzi, integrante del mismo sector que el presidente electo, a quien se ha mencionado recurrentemente como próximo ministro de Educación y Cultura por esta cuotificación, ha manifestado a todo aquel que lo quiera escuchar que no se siente capacitado para este cargo, porque además no lo “siente” y no tiene nada que ver con su área de trabajo, como lo era el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, en el que sucedió al propio Mujica.
Ello habla bien del eventual ministro, porque al no sentirse cómodo ni capaz estaría afectando no solo al gobierno, sino a los ciudadanos en un área tan crítica como la educación, y pese a que naturalmente Agazzi en caso de no acceder también tiene asegurado el puesto de senador por cinco años, no es menos cierto que es un acto de honestidad intelectual señalar de antemano que no aceptaría esta designación.
En el extremo opuesto está el senador Rafael Michelini, quien a la vez se siente capacitado –suponemos—para ejercer el cargo de ministro de Transporte y Obras Públicas, que reclama para sí, porque entiende que el ministerio de Economía y Finanzas que desempeñará el integrante de su grupo, Ec. Fernando Lorenzo, está por fuera de su sector por tratarse de un hombre de confianza del vicepresidente electo Danilo Astori, y para obtener su objetivo no ha vacilado en transmitir un duro planteo al titular del próximo gobierno.
Entre estos dos extremos hay de todo en el mundo de la política, en el partido de gobierno como en los de oposición, cualquiera sea quien esté circunstancialmente en el poder, porque como bien sostiene el refrán, “en todos lados se cuecen habas” y ya no quedan inocentes en política, como se ha pretendido hacernos creer durante mucho tiempo.
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