Paysandú, Domingo 20 de Diciembre de 2009
Locales | 20 Dic (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). Lentamente, casi imperceptiblemente, se va formando un manto blanco sobre el noreste de Estados Unidos. Lentamente, casi imperceptiblemente, transitar por carreteras y calles se hace más complejo y peligroso. Lentamente, casi imperceptiblemente, la calefacción, el televisor, la computadora, el videojuego, el mate, la charla, se convierten en atractivos difíciles de resistir.
Allá en el paisito, allá en la patria chica, también lentamente, casi imperceptiblemente, el agua retrocede hacia su cauce natural, tras una de las peores crecientes en varias décadas, que sacó de sus hogares a miles de coterráneos. Y aunque las paredes están todavía cargadas de humedad, cada cual se afana en limpiar, en remodelar lo que la creciente rompió, en reponer los vidrios, en pintar con la intención de retornar cuanto antes.
Porque el hogar es el espacio vital de cada familia, especialmente en estos días. Es que, lentamente, casi imperceptiblemente, se acerca ese día en que el mundo se transforma en una nave de amor que gira y da vueltas por el Universo en su eterno camino hacia y desde el Sol. En ese día todos nos sentimos repletos de amor y paz, caminamos con una sonrisa, compartimos abrazos, estrechamos la mano de amigos, conocidos y desconocidos, nos interesamos por la familia de todos, deseamos paz y ventura a diestra tanto como siniestra.
Es un día en que los ejércitos detienen su loco tuteo con la muerte, para pensar un instante --siquiera-- en sus familias, sus hogares, en el futil esfuerzo de conquistar por la fuerza a otros seres humanos.
En estos días se respira Navidad, que está llegando con su carga de amor, paz y felicidad. Aquí en New Jersey, con nieve y mucho frío; allá en Uruguay, con Sol y calor.
Y en el resto del mundo, cubriendo culturas, ideales, sistemas políticos, desarrollo y subdesarrollo, seres sabiamente locos y alocadamente cuerdos, recién nacidos y quienes se despiden de la vida.
En estos días se respira Navidad, adonde sea, como sea, en la mayoría de un planeta que se dice creyente en Dios, aunque no pueda evitar hacerle algunos cómplices guiños al Diablo.
Santa Claus, Papá Noel, o como se llame al viejo gordo y barbudo, está llegando a todos los rincones, llevando regalos y cubriendo ilusiones. El arbolito destella, se escuchan canciones navideñas, se piensa en el lechón que se dorará lentamente al calor de las brasas, en una ceremonia tan criolla como el generoso vino que acompañará el asado. Y en los sándwiches, las ensaladas, el postre, la mesa en el patio trasero y los cohetes para la medianoche.
Navidad, Navidad, Navidad. Eterno retorno a lo mejor del ser humano, a sus mejores intenciones, a su credo en un ser superior, a su respeto por los semejantes, a su amor familiar.
Navidad, Navidad, Navidad. El jueves, los unos y los otros estaremos unidos en el amor, la amistad y los mejores sentimientos.
En este país, millones de personas tendremos el corazón dividido entre este lugar al que hemos llegado voluntariamente, buscando un sueño, una ilusión o tan siquiera un espacio diferente, y nuestra tierra, el lugar al que realmente pertenecemos. Pero no es tiempo de dejarse vencer por la melancolía, es tiempo de levantar la copa con firmeza, y hacer el brindis del y desde el alma, por los nuestros, por nosotros, y también por ellos y los suyos. Este loco mundo solamente una vez al año comprende que el amor todo lo puede, que la paz, la amistad, la lucha conjunta en pro del bien común es lo que realmente vale la pena.
Luego, pues luego vuelve a sus (nuestras) pequeñas luchas, mezquinos intereses, agrios sentimientos. Se huele a Navidad. Cubiertos de nieve o transpirando al Sol.
Preparando el lechón o rellenando el pavo. Hablando en gringo o en criollo. Se huele a Navidad. La época más hermosa del año. Feliz, feliz Navidad.
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