Paysandú, Lunes 21 de Diciembre de 2009
Opinion | 14 Dic Todo indica que el mandatario electo José Mujica se ha tomado en serio su aspiración de reformar el Estado y buscará lograr una reforma de la Universidad de la República que tienda a igualar oportunidades entre capital e Interior, desafíos ambos realmente titánicos si tenemos en cuenta que para hacerlo deberá chocar con estructuras que defenderán a ultranza sus privilegios y statu quo. En el caso de la Universidad no puede dudarse que estas estructuras pretenderán encontrar en su autonomía una manera de cerrarse a una reforma con esta intención.
Pero principio quieren las cosas, sobre todo buena intención acompañada de decisión y perseverancia, además de inteligencia y disposición para tejer acuerdos hacia adentro y hacia afuera de la fuerza política, pero sobre todo para desarticular la férrea oposición que inevitablemente surgirá de quienes se sientan perjudicados o amenazados por los cambios que puedan encararse a partir de esta decisión política.
En primera instancia, el mandatario abordó ambos temas, sin profundizar demasiado, con el senador Jorge Larrañaga en representación de la oposición, teniendo en cuenta que en la campaña del Partido Nacional también ambos temas estaban incluidos y que es impensable que pueda encararse una reforma del Estado y de la Universidad si no se logra un mínimo consenso a nivel político, para acordar primero el diagnóstico y luego coincidir en las propuestas para alcanzar determinados objetivos.
En el caso de la izquierda, ya el presidente Tabaré Vázquez había anunciado casi desde el principio de su gestión que durante su mandato se iban a concretar la que denominó como “madre de todas las reformas” en el Estado, lo que aparentemente comenzó con entusiasmo, al asumir que es imprescindible modernizarlo y lograr que este sirva realmente al país y no solo a sus funcionarios, como ha sido su tónica hasta el presente.
Pero claro, una cosa son los enunciados y otra la realidad con que se encuentra quien tiene esta intención, sobre todo cuando quien lo hace es una fuerza de izquierda, que debe evitar “pisar los callos” de los gremios de funcionarios públicos que defienden sus intereses y que además, nucleados en el Pit Cnt, han conformado un movimiento político-sindical en el que se apoya la fuerza de gobierno. Ello explica que la “tranca” haya surgido en la dirigencia de la propia izquierda, sobre todo cuando se avecinaban épocas electorales, porque la resistencia gremial a cualquier cambio crearía un frente opositor contraproducente en el peor momento.
Por lo tanto, en este quinquenio, la “madre de todas las reformas” ha quedado solo en su ampulosa denominación, no ha sido madre de nada y ni siquiera pariente de lo que todos sabemos que se debe hacer respecto al Estado.
También lo sabe Mujica, quien a la vez ha asumido que primero debe transmitir su pensamiento a todos los actores para recoger apoyos pero también ideas y alternativas, desde que una reforma de estas características solo es posible articulando y convenciendo, aunque inevitablemente habrá choques, porque existe una resistencia visceral dentro de los gremios del Estado a todo lo que pueda amenazar su régimen de trabajo “descontaminado” de todo lo que sea productividad, por ejemplo, y de asumir que deben servir a los ciudadanos, que les pagan los sueldos, en lugar de creerse los dueños de las empresas públicas y servirse de ellas. Los dirigentes sindicales, a la vez, históricamente han cuidado su “chacrita” y harán lo imposible por disuadir a Mujica de que haga algo que pueda amenazar su ascendencia sobre los funcionarios, porque además viven de eso y están afiliados a ideologías en las que el Estado es la cabeza inamovible de un régimen colectivizado, en la antítesis del capitalismo y el liberalismo.
Mujica en cambio, ha manifestado en más de una oportunidad su admiración por el Estado del estilo del que se ha dado Nueva Zelandia, dimensionado a sus necesidades y eficiente, verdadero catalizador del desarrollo del país y modelo a seguir para el Uruguay si quiere asomarse a los nuevos tiempos.
Por lo tanto, ya de por sí el tema parece como conflictivo, y en su gestión el mandatario electo deberá apelar a todo su poder de seducción, paradójicamente sobre todo ante sectores afines, porque todo tiene un límite y cuando se activan automáticamente los mecanismos de autodefensa, va a resultar harto difícil que “el chancho chifle”, como gusta decir el electo presidente.
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