Paysandú, Martes 22 de Diciembre de 2009
Locales | 16 Dic (Por Horacio R. Brum). Los políticos mienten. “Tutti non, ma buona parte sì”, como le dijo a Napoleón Bonaparte (Buonaparte, en la lengua de su Córcega nativa) una dama italiana, cuando el emperador afirmó que todos los compatriotas de la noble señora eran ladrones. Hace casi veinte años, este corresponsal almorzó en la sede del Congreso de Chile con el senador Eduardo Frei Ruiz-Tagle, a quien muchos analistas daban por el sucesor de Patricio Aylwin, el primer presidente de la reconquista democrática. Al preguntarle si se veía en el sillón presidencial, Frei, sin que se le moviera ni un milímetro de su prominente nariz, respondió: “Eso no está en mi proyecto de vida”. Aparentemente, su proyecto de vida no era más que un borrador, porque pocos meses después el senador de la cara tallada en madera (por sus facciones, no por caradura) aceptó la candidatura presidencial de la Concertación gobernante y luego sucedió a Aylwin.
Tras ocho años de descanso de la primera magistratura, el político demócrata cristiano y todavía senador está nuevamente corriendo hacia el palacio presidencial de La Moneda. No porque lo haya pedido el pueblo, como reza la frase favorita de los políticos para decir sí, después de haber dicho no, sino gracias a la muy aceitada maquinaria de su partido, que se ocupó de sacar del camino a otros candidatos, en las elecciones primarias de la Concertación. Es en este anquilosamiento de las estructuras partidarias, así como en la autocomplacencia de una coalición de gobierno convencida de que no hay otras alternativas para conducir bien el país, donde se puede hallar la explicación del triunfo de la derecha en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y parlamentarias de este domingo. Ello, además de la existencia en Chile de un sustrato conservador y derechista, que permite ganar votos con temas como el orden y la seguridad, la prohibición total del aborto (el cual en este país no se puede realizar ni siquiera para salvar la vida de la madre) o el supuesto deterioro de los “valores morales”, que más bien son las imposiciones de una poderosa iglesia católica.
Lo que parecía ser el impulso de un progresismo verdadero, identificado con el crecimiento en las encuestas del joven (37 años) candidato independiente Marco Enríquez-Ominami, se detuvo en el umbral del 20%. Esta es una cifra cercana al promedio histórico que ha obtenido la izquierda como sector en las elecciones presidenciales y más que lo que un partido izquierdista, sin integrar alianzas, ha podido reunir hasta ahora para su aspirante a presidente. Estimulados por el temor a Enríquez-Ominami, tanto Frei como Piñera dieron a su discurso público un toque liberal que no habían mostrado antes, manifestándose en defensa de los derechos de los homosexuales o a favor de la distribución en el sistema público de los anticonceptivos de emergencia.
Tal vez lograron así atraer a una parte de los numerosos indecisos que aparecían en las encuestas de intención de voto, un público que pudo haber simpatizado con las posiciones del candidato alternativo en temas sociales, pero que no estaba dispuesto a seguirlo en cambios más profundos, como las medidas para hacer más justa la distribución del ingreso, o la acogida de los reclamos bolivianos de que Chile devuelva al menos algún metro de la costa del Pacífico, quitada a Bolivia por la fuerza en el siglo XIX.
Al día siguiente de la jornada electoral, los medios de comunicación de la derecha, que son muchos y muy poderosos, prácticamente dieron a Sebastián Piñera por presidente electo. Esto augura un mes de intenso bombardeo propagandístico para convencer a los chilenos de que no tienen otra opción que dar el poder a la derecha. No obstante, los resultados de la primera vuelta dejan un final muy abierto, ya que es poco probable que quienes votaron por los candidatos perdedores (además del 20% de Enríquez-Ominami hay un 6% de Jorge Arrate, representante de la izquierda nostálgica de los tiempos de Salvador Allende) sufraguen el 17 de enero por Piñera. En el actual estado de cosas, bien podría sufrir el candidato derechista el destino de Tabaré Vázquez en su primer intento por llegar a la presidencia: perder en segunda vuelta, por la unión de fuerzas que querían bloquear su acceso al poder.
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