Paysandú, Martes 22 de Diciembre de 2009
Opinion | 22 Dic La Cumbre de Copenhague sobre el cambio climático cumplió con el presagio de que poco y nada en concreto iba a surgir de este foro, más allá de los clásicos enunciados de buenas intenciones, por debajo de los cuales se juega el verdadero partido de conflicto de intereses, que es precisamente la causa de que se estén buscando por lo menos acuerdos básicos para promover la reducción de los gases de efecto invernadero.
Los observadores internacionales, con matices, coinciden en señalar que la Cumbre sobre el clima se contentó con un acuerdo mínimo, elaborado a puertas cerradas por un puñado de potencias ricas que marginaron a los países en desarrollo, pero debe tenerse presente también que hubo un rol protagónico significativo de los denominados países emergentes, entre los cuales Brasil, India y China.
En este escenario cuesta poco inferir que los realmente “cocinados”, que hicieron simplemente de “partenaires” para sancionar con su presencia lo resuelto –o mejor dicho lo no resuelto— fueron las naciones en vías de desarrollo, en las que precisamente recaerá el esfuerzo de contribuir a mitigar las consecuencias de la emanación de gases de efecto invernadero para que los países ricos puedan seguir contaminando sin afectar significativamente su calidad de vida.
En cambio, para la prensa europea, “la lucha contra el cambio climático queda congelada”, según titulaba en portada el diario español El Mundo, en tanto El País de Madrid acusaba en su primera página a Estados Unidos “de imponer al mundo su ley ante el cambio climático”. “Obama resuelve con China la cumbre sin contar con Europa”, agregaba el diario.
El francés Le Monde consideró que “negociado en su versión final sobre todo entre China y Estados Unidos, el acuerdo consagra la marginación de la Unión Europea” y que la reunión “ilustró la creciente fuerza de China”, lo que da la pauta de que los europeos se sintieron marginados en un encuentro en el que solo hubo un acuerdo general en limitar en dos grados el aumento de la temperatura global, pero sin mencionar plazos ni tampoco bajo qué condiciones se logrará este acotamiento.
Ante esta indefinición se espera lograr algún avance concreto en la reunión propuesta por la canciller germana Angela Merkel para el próximo mes de junio en Bonn, destinada a preparar la conferencia sobre el clima en México a finales de 2010 e intentar esta vez “en serio” –suponemos— acordar algo tangible sobre un tema controvertido en cuanto a plazos para un desenlace comprometido, pero no en cuanto a su existencia y a los factores que se conjugan para que se vaya generando la masa crítica en este proceso.
Pero por lo menos ya han aparecido recursos, aunque más no sea en los anuncios, y es así que los países ricos acordaron volcar unos 30.000 millones de dólares entre 2010 y 2012 para reducir emisiones de gases nocivos y adaptarse a los efectos del cambio climático.
No es un secreto para nadie que los principales emisores de gases de efecto invernadero son Estados Unidos y China, en el primer caso en ancas de un derroche energético para mantener su calidad de vida y en el otro para acelerar su desarrollo a costa del medio ambiente, en tanto en un punto medio se encuentran Europa y Japón, que se han mostrado más dispuestos a actuar hacia adentro y asumir responsabilidades que saltan a la vista, además de comprometer aportes en apoyo a las naciones subdesarrolladas. La vaguedad de la cumbre dio pie para que Estados Unidos fuese centro de críticas, entre ellas las del mandatario venezolano Hugo Chávez, quien en su discurso no colocó a China en el banquillo de los acusados, sino que se centró en Barack Obama, a quien situó en la misma categoría de “diablo” que a su antecesor George Bush, y hasta salió con una de sus acostumbradas posturas histriónicas, poniéndose en eje de la atención mundial al subrayar una y otra vez que “huelo a azufre aquí”, tras la participación en la cumbre de su colega estadounidense.
Y por cierto que flaco favor le hace el radicalismo y las salidas de tono payasescas de representantes como Chávez a la lucha legítima de las naciones en desarrollo por obtener un compromiso real del mundo industrializado, para estar a la altura de las circunstancias en el desafío del cambio climático y llegar a compromisos vinculantes en lugar de frases ampulosas “pour la galerie”, solo para salvar las apariencias y salir del paso hasta la siguiente cumbre.
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