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Paysandú, Miércoles 23 de Diciembre de 2009

Los ángeles no pudieron

Opinion | 23 Dic Es la madrugada de un fin de semana cualquiera y más de la mitad de los sanduceros duermen,; algunos trabajan en horario nocturnos, otros tratan de conciliar el sueño entre el calor, los mosquitos y el alboroto que se cuela por las ventanas, mientras miles de jóvenes salen a divertirse en la calle o en espacios públicos de moda. Afuera, en el centro, la costanera o en la plaza Artigas la adrenalina se respira en el aire, despedida por cada poro de los temerarios motociclistas que están dispuestos a cualquier maniobra con tal de ser reconocidos por la multitud que los mira como el más arriesgado de la ciudad.
Cada uno cuenta con un ángel protector, que silenciosamente hace su trabajo con muy buenos resultados, evitando decenas de potenciales catástrofes a cada instante. Los conductores saben de su presencia, y por eso viajan tranquilos de que nada malo puede sucederle.
Pero el ángel no es infalible, y sin embargo pocos están dispuestos a ayudarlo. Incluso hay quienes lo dejan a pie para lograr una mejor relación peso/potencia; o para poder acostarse en el asiento y así lograr la mejor aerodinamia posible; o para poder llevar a toda la familia, con lo cual no queda espacio para el protector. Y es allí donde el espectro de la azada encuentra a sus víctimas. El ya no cabalga en un corcel negro; se ha aggiornado y prefiere las motos veloces con intrépidos pilotos al mando, por lo que en Paysandú tiene postulantes de sobra para satisfacer su lúgubre deseo. Es solo cuestión de esperar en cualquier esquina o calle de la ciudad a que los ángeles se distraigan, o que los dejen de lado.
La madrugada del lunes logró su oportunidad, dejando una familia destruida y una ciudad conmocionada. Los protectores no pudieron impedirlo: uno no pudo aferrarse suficientemente fuerte y había caído unas cuadras antes; el otro estaba aturdido con los ruidos del escape. Intentaron de todas formas revertir las consecuencias, pero el casco, la herramienta con que cuentan para la segunda oportunidad, estaba ausente. Seguramente porque el piloto sabía que tenía su ángel, y creó que así no lo necesitaba. De nada sirven las culpas, la tragedia ya había cobrado otra joven vida.
Estamos en vísperas de Navidad y nadie desea vivir una experiencia tan terrible como esta. Pero sin nuestro aporte cada vez que tomamos el mando de nuestro vehículo, la suerte está echada. Tratemos de romper con “la mala racha” de las fiestas y cuidémonos un poco más.


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