Paysandú, Jueves 24 de Diciembre de 2009
Opinion | 19 Dic Desde hace muchas décadas, en los sucesivos gobiernos –y el actual no es una excepción— se ha señalado la necesidad de adoptar políticas sistemáticas que tiendan a revertir el proceso de éxodo de la población del interior profundo hacia los centros urbanos, como una forma de revitalizar la campaña a través de comunidades activas desde el punto de vista socioeconómico.
Como hemos señalado, el poblador de nuestras zonas rurales ama profundamente la tierra y lo que hace, y seguramente las cosas hubieran sido distintas todos estos años si se hubiera encontrado con oportunidades que recién se están empezando a dar, y que todo indica que --aunque con dificultades-- tienden a atenuar este proceso que desangra la fuerza vital de nuestros campos.
No es una decisión fácil el vender y dejar todo atrás para lanzarse a una aventura en una ciudad en la que encuentra un medio hostil y contrario a la forma de vida de tantos años, pero cuando se cierran puertas, se tienen las manos vacías y sobre todo se percibe que no hay futuro para los hijos, el poblador rural muchas veces se lanza a la aventura que es alentada por tener poco y nada que perder a una altura de la vida en la que ya poco importa lo de uno, pero sí el futuro que se puede abrir a las nuevas generaciones.
En más de una oportunidad hemos sostenido, además, que la repuesta a esta problemática es compleja, porque debe partirse de un escenario condicionado por políticas centralistas, tanto nacionales como departamentales, pero con mucho mayor énfasis en el primer caso, desde que el ejercicio del gobierno de un país supone encarar acciones a favor de reducir asimetrías y tratar a todos los ciudadanos de la misma forma.
Y nos estamos refiriendo concretamente a calidad de vida y oportunidades laborales, a educación, capacitación, acceso a servicios como la salud, la vivienda, las comunicaciones, a la vida en comunidad, que son parte indisoluble del bienestar del cuerpo y del alma.
El Estado es un gran ausente en las políticas dirigidas a dotar de mejores servicios a nuestras comunidades rurales, sobre todo a los habitantes del interior profundo, que solo conocen la cara de nuestros gobernantes y dirigentes políticos en épocas electorales, porque es muy escaso el contacto directo con las necesidades y aspiraciones de las familias rurales, por lo que no puede hablarse con propiedad de posibles soluciones si a la vez no se ha identificado con conocimiento de causa los reales problemas y el sentir del hombre de campo.
Pero las respuestas no solo deben provenir de acciones directas, sino también de políticas que tiendan a alentar la inversión que resulte factor dinamizador en vastas regiones olvidadas de nuestra campaña, con el Estado obrando como catalizador de emprendimientos que generen oportunidades donde solo hay desolación y desánimo.
En nuestro departamento hay claros ejemplos de lo que puede lograr una inversión a favor del interior profundo, a partir de la creación de polos de desarrollo que signifiquen la creación de empleos directos e indirectos, la incorporación de infraestructura de apoyo y servicios conexos, y atraigan a familias dispersas en su entorno y hasta asentadas a cientos de kilómetros.
Uno de los primeros polos de desarrollo ha sido la zona forestal, con localidades como Piedras Coloradas y Orgoroso, que han crecido sostenidamente en los últimos años, duplicaron y hasta triplicaron su población, han llegado a tener cero desempleo aún en coyunturas adversas para esta explotación, y lo mismo ocurre con pueblo Gallinal, también por imperio de inversiones agrícolas, forestales y en citricultura.
Este viernes, en nuestras páginas de Paysandú Interior dábamos cuenta de la realidad que es hoy Chapicuy, en el norte de nuestro departamento, la que en 2006 contaba con una población de poco más de seiscientas personas, y que hoy supera las mil doscientas, además de contar con tres complejos habitacionales de Mevir y viviendas productivas, ampliación e incorporación de comercios, centros educativos, y una serie de servicios que resultaban poco menos que impensables para quienes la conocimos como apenas un caserío a la vera de Ruta 3. Los cítricos, los arándanos, la forestación, la agricultura, entre otras explotaciones que requieren mano de obra durante buena parte del año, han contribuido a estos cambios, que por ahora son todavía aislados, pero que indudablemente son parte fundamental de la respuesta a que nos referíamos para empezar a cambiar las cosas, y generar la dosis de expectativas favorables para que el ceño fruncido se transforme de a poco en sonrisa en los habitantes de nuestras zonas rurales.
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