Opinion | 24 Dic Por estas horas se cuentan por miles las personas que circulan por las rutas del país para reencontrarse con sus familias en Navidad. Las empresas de transporte interdepartamental de pasajeros afrontan una gran demanda de pasajes hacia el Interior y a esto hay que sumarle todas aquellas familias que se desplazan en vehículo propio.
En consecuencia, las carreteras del país están siendo por estas horas escenario de un incesante ir y venir de todo tipo de vehículos y de personas que viajan motivadas por el afecto, el reencuentro y las ganas de pasar buenos momentos junto a familiares y amigos.
También serán muchos los que, como es tradicional, después de la medianoche también retornen a sus hogares desde reuniones familiares, mientras para los más jóvenes la noche recién empezará para salir a festejar.
Conducir un vehículo requiere una gran cuota de responsabilidad en favor de la propia vida y la ajena. Lamentablemente vemos a veces, que la alegría de esta época se enluta con alguna tragedia producto muy pocas veces de la simple fatalidad y muchas, del descuido de algún conductor.
Aunque no es lo deseable, no resulta inusual que ocurran accidentes en Navidad. El descuido, la inexperiencia de conducir un vehículo en momento de alto tráfico e, inclusive, el alcohol, pueden ser factores desencadenantes de accidentes.
Según los estudios realizados sobre los accidentes de estas épocas y durante las vacaciones, la imprudencia y la impericia son las causas más frecuentes.
Imprudencia significa no respetar las normas existentes --adelantarse donde no se debe, excederse en la velocidad, no usar cinturón de seguridad, casco en caso que viaje en moto --; impericia es verse excedido en la capacidad propia para controlar el vehículo.
En ambos casos, se trata de conductas prevenibles y evitables. Por eso, la exhortación cabe una vez más: a conducir con cuidado y no tomar el volante o subirse a la moto, si tenemos alguna copa de más.