Opinion | 30 Dic Aunque sus consecuencias desde el punto de vista material son generalmente menores, el arrebato constituye una modalidad delictiva en permanente aumento y que además significa un severo golpe tanto psicológico como físico para sus víctimas, en su mayoría de edad avanzada. Si bien, como otros ilícitos, los arrebatos se presentan en “rachas” de pocos días, las jornadas previas e inmediatamente posteriores a las fiestas tradicionales registran un considerable incremento de este tipo de delitos, por lo que es necesario extremar las medidas preventivas.
Con algunas excepciones, estos ataques son generalmente perpetrados por menores de edad que se desplazan en motos usualmente hurtadas y difícilmente identificables, ya que los precoces delincuentes las despojan de matrículas y otros elementos distintivos y, una vez perpetrado el hurto, las abandonan. El área de acción de estos oportunistas son las zonas céntricas, en especial los alrededores de empresas financieras o entidades bancarias, desde donde los jubilados obtienen créditos o cobran sus haberes.
Independientemente del crecimiento de los arrebatos, se puede constatar un incremento de la presencia policial, fundamentalmente en las calles céntricas, lo que sin duda representa un factor disuasivo. No obstante, los hurtos siguen en aumento y lamentablemente la mayoría culmina con la víctima seriamente lesionada como consecuencia del forcejeo con los delincuentes.
La vigilancia policial es un elemento fundamental para reducir los índices de esta violenta modalidad delictiva, pero los ciudadanos debemos tomar los debidos recaudos para no ser víctimas fáciles de los malhechores. Minimizar el uso de carteras o monederos, acudir a los locales de cobro acompañados por una persona joven y mantenerse alerta a cuanto sucede a nuestro alrededor constituyen estrategias válidas para proteger no solo nuestros bienes materiales, sino también algo tan valioso como nuestra salud.