Paysandú, Viernes 08 de Enero de 2010

Errores e historias mal contadas

Opinion | 07 Ene Una historia mal contada y repetida puede inducir a error con el tiempo y presentar una realidad distinta a quienes no la vivieron, pero además conlleva un intento de legitimación de hechos que ocurrieron en forma distinta, para que con el paso del tiempo se entrecrucen lo verdadero y lo falso, hasta que ambas cosas sean lo mismo para quienes sean engañados en su buena fe.
Un ejemplo de esta confusión y percepción distorsionada de los hechos surge inequívocamente de expresiones vertidas por quien habrá de ejercer el cargo de ministro de Defensa Nacional a partir del 1º de marzo, Luis Rosadilla, integrante del Movimiento de Liberación Nacional MLN (tupamaros), quien tuvo además activa participación en los episodios subversivos que se dieron a partir de los primeros años de la década de 1960 en nuestro país.
En declaraciones al Semanario Hebreo, recogidas por Búsqueda, el futuro secretario de Estado sostuvo que “no creo que el MLN se haya equivocado en desarrollar una lucha armada en el Uruguay” y evaluó que estas acciones “tuvieron mucho sentido. Eso no quiere decir que no estuvo exenta de errores. Tuvo mucho sentido, de la misma manera que tiene sentido lo de ahora, lo que no quiere decir que no tenga errores”.
A la vez, al ser preguntado sobre si los tupamaros no pusieron en duda la democracia cuando se levantaron en armas expresó Rosadilla que “el problema era si lo que teníamos era democracia o no. Cuando te cierran los diarios, te reprimen las manifestaciones, te clausuran las organizaciones sociales, sindicales, políticas, no tenés democracia”.
Por supuesto, la visión del dirigente tupamaro es interesada, sesgada y retorcida en los conceptos, que solo pueden ser evaluados como un intento de explicar mesianismos e intolerancia llevada al extremo de empuñar las armas, para quien no tenga la menor idea de lo que ocurría en el Uruguay de principios de los 60. El movimiento tupamaro optó por la lucha armada, por los atentados, por los secuestros, a partir de 1963, cuando recién había asumido el segundo gobierno nacionalista del siglo pasado y con plena vigencia de la institucionalidad democrática.
Es que para entender la historia es preciso ubicarnos en el contexto en que se desarrollaron los hechos, y los primeros años de esa década estaban signados por el triunfo de la revolución cubana encabezada por Fidel Castro, que fuera tomada como ejemplo por los movimientos radicales de izquierda de todo el mundo como un camino a seguir a efectos de que el proletariado tomara el control del poder en las naciones donde todavía regía el capitalismo.
Por lo tanto, en el caso del movimiento tupamaro, como tantos otros grupos similares que aparecieron en América Latina, lo que menos importaba era si había o no democracia.
Ergo, no es de recibo en absoluto el concepto de Rosadilla de que los tupamaros se alzaron en armas contra un régimen no democrático. De lo que se trataba realmente era de intentar sustituir por la fuerza todo aquello que no encajara en sus concepciones revolucionarias, siguiendo el ejemplo cubano.
Como bien sostiene el Dr. Rodolfo Canabal en su columna de cada martes en EL TELEGRAFO, este movimiento surgió nada menos que diez años antes de que irrumpiera la dictadura, y fueron precisamente los actos terroristas tupamaros los que crearon la distorsión y el caos que fueron el caldo de cultivo para alentar la aventura militar y de los civiles que participaron activamente en el régimen de facto.
Canabal tiene razón al señalar que si bien en los últimos años de la década de 1960 el régimen institucional tendió a degradarse, esta situación se debió fundamentalmente a “una reacción ante los intentos de los grupos subversivos que buscaban echar abajo el régimen constitucional”, el que precisamente “permitía jurídicamente a quienes integraban el movimiento pugnar por alcanzar el gobierno nacional por la vía regular de la lucha electoral”. Surge claramente de este concepto, que compartimos plenamente, que el MLN optó por la lucha armada simplemente para cortar camino e intentar imponer por la fuerza “su” verdad, eludiendo el legítimo camino de las urnas, por lo que de no haberse cometido este “error” se habría evitado un gran drama y muchos años de dolor al pueblo uruguayo.


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