Paysandú, Jueves 14 de Enero de 2010
Opinion | 10 Ene Cuando parecía que teníamos colmada la capacidad de asombro sobre las alternativas de la política argentina, ha surgido en las últimas horas una sucesión de hechos en la interna del gobierno de la vecina orilla que dan pauta de la incertidumbre que ha sembrado la administración del matrimonio Kirchner, aunque debe a la vez concedérsele que este grado de distorsión en el modo de hacer política viene desde hace mucho tiempo y no es patrimonio exclusivo de este período tan particular.
Por un lado la intención del gobierno de Buenos Aires de remover de su cargo al presidente del Banco Central, Martín Redrado, ante su negativa a habilitar el uso discrecional de las reservas públicas al Poder Ejecutivo, generó un elemento más de desconfianza para los inversores y operadores en el futuro inmediato de la economía de la vecina orilla.
Redrado se resiste a liberar reservas por unos 6.500 millones de dólares para cubrir parte de los vencimientos de deuda por 13.000 millones previsto para 2010, lo que desató la ira del Poder Ejecutivo encabezado por Cristina Fernández de Kirchner, quien solicitó la renuncia del jerarca y, ante su negativa, dictó un decreto para removerlo del cargo.
Pero según los analistas, el decreto es inconstitucional, y además se violenta la autonomía de la autoridad monetaria al exigir la renuncia de Redrado, porque está de por medio la independencia de la política bancocentralista, que tiene autonomía respecto al gobierno con el objetivo de velar por la estabilidad monetaria.
La legislación argentina es en este sentido muy distinta a la de Uruguay, donde la jefatura del Banco Central es un cargo de confianza del Poder Ejecutivo y no se concibe una gestión independiente de los lineamientos macro delineados por el Ministerio de Economía y Finanzas.
Pero es poco adecuado a la realidad comparar las situaciones en ambos países, porque en la vecina orilla tanto las administraciones de Néstor Kirchner como la de su esposa han estado signadas por dar continuidad a una política voluntarista, y por lo tanto están en marcha subsidios en una serie de áreas, incluyendo la energía y tarifas de servicios públicos que demandan ríos de dinero, entre otras exigencias. Ya en otra controvertida decisión, el Poder Ejecutivo echó mano a los ahorros del sistema previsional privado a efectos de hacer frente a sus urgencias fiscales, y el haber puesto los ojos en las reservas del Banco Central se basa en requerimientos de caja para hacer frente a vencimientos de deudas.
El intento por crear un fondo soberano para hacer frente a estos vencimientos se suma por lo tanto a la expropiación de los fondos previsionales y al aumento de las retenciones a las exportaciones agrícolas, todas decisiones con el común denominador de obtener más dinero para ir tapando los enormes agujeros fiscales.
La autonomía del Banco Central es evidentemente un impedimento para el Poder Ejecutivo, que está empleando todo su poder con el fin de conseguir su objetivo, con el resultado de generar un conflicto que trasciende los aspectos políticos y de vínculo institucional, para trasladarse a los mercados, que reflejan una gran incertidumbre en los primeros días de 2010, un año de desafíos electorales y por lo tanto signado por la tentación de acentuar decisiones voluntaristas para obtener réditos políticos.
Con un desenlace todavía indefinido, es indudable que la autonomía del Banco Central es una piedra en el zapato para un gobierno que intenta echar mano a recursos que entiende deberían estar a su disposición para seguir aplicando sus políticas de ir llevando la situación, y confirman además la extrema fragilidad de la economía de un país que tiene enormes riquezas, pero que son administradas con tan poco criterio que se ha generado un gran endeudamiento, al que no puede hacerse frente sin afectar gravemente la irracional trama económica que se ha tejido para llevar adelante programas populistas por los que tarde o temprano se debe pagar un alto precio.
En este punto de inflexión se encuentra el gobierno del vecino país, superado por las circunstancias, y desde esta orilla no sería mala cosa ir extrayendo enseñanzas acerca de como no se deben conducir los asuntos de Estado, porque la realidad tarde o temprano termina por imponerse y siempre en el peor momento, cuando ya no queda margen de maniobra para disfrazar tantos desatinos.
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