Paysandú, Lunes 18 de Enero de 2010
Locales | 15 Ene Elsa Villalba nació en setiembre de 1944, tiene 65 años de edad. Está casada con Wiston Ramón Fernández, son padres de Analía y Cecilia. Una vez recibida de maestra – en 1964 – trabajó un año en la escuela 16 de Sarandí de Navarro y posteriormente se trasladó a la escuela 18 de Merinos logrando así la efectividad. Allí ejerció su profesión desde 1966 hasta 1996.
Sólo el amor por la tierra y el compromiso por sus semejantes, llevan a ciertas personas a intentar elevar su estado emocional y arriesgarse a dejar algo para el que viene. Este es el caso de Elsa, una mujer oriunda de Paysandú ciudad, que un día tuvo el sueño de escribir un libro que contara sobre las cosas simples de Merinos.
Hoy la obra ya está realizada y puesta a consideración del lector. Entonces recordamos algunos encuentros con Elsa – en tantos cruces y visitas que la sección Interior de EL TELEGRAFO, realizó a su domicilio particular – cuando un puñado de papeles y un montón de manuscritos iban dando forma a su idea original.
El libro, que lleva el nombre “Merinos: Un sueño, una realidad” está basado en documentos originales sobre el proceso sociocultural del pueblo, relatos de vecinos, aportes anónimos, anécdotas de maestros, junto a un sinfín de apuntes.
Escribir un libro surgió como un tema propio de la escuela. Recuerda que “seguramente fueron los propios trabajos en clase los que sirvieron como disparador. Se trataba de trabajos que tenían relación directa con el reconocimiento territorial de los pobladores y la temática rondaba en mi barrio, mi pueblo, mi ciudad y mi país.
En el pueblo no había material escrito, solo el relato oral de los vecinos. Algunos me sugirieron por qué no escribía algo. Pero, a mí – como no era del lugar – me daba cosa. Fue Néstor Sorondo quien me dijo que yo era una merinense por adopción y que podía encarar un trabajo escrito. Así fue que comenzó todo”.
Una vez jubilada era consultada permanentemente por los alumnos para trabajos en el aula. “Yo en la medida que podía aportaba el material que tenía. Hasta que un día don Sorondo se apareció en mi casa con una valijita llena de papeles. Era tamaña responsabilidad, porque se trataba de recopilar los propios orígenes del pueblo”.
La escritora se remonta a tiempos en los que se fue conformando el poblado. Describe que los campos que quedaron al sur de la cuchilla De Haedo pasaron a llamarse “Latifundio Sur”, mientras que los campos que quedaron al norte pasaron a llamarse “Latifundio del Norte”.
Los documentos a los que Elsa tuvo acceso revelan que el “Latifundio del Sur” fue adquirido en 1795 por la familia de don Pablo Rivera, padre de don Fructuoso Rivera. En tanto el “Latifundio del Norte” fue adquirido en 1810 por el ciudadano portugués Joao Quinha, que a su vez lo vendió a José Castriz. Posteriormente fue adquirido por María Moreira de Andrade y don Simón Silveira, y así se siguieron dividiendo. El libro cuenta que el nombre de Merinos surge a raíz de la estancia Los Merinos, propiedad de ingleses. Según relata la historia por ese lugar ingresó el ganado ovino merino Arambuié. Se trataba de una estancia modelo, con salones de fiestas incorporados y canchas para la práctica de polo. Otro de los íconos de referencia es la estación de ferrocarril, inaugurada el 15 de agosto de 1889; fue esa fecha precisamente que se tomó como la fundación del pueblo.
Reflexiona sobre aquellos años y argumenta que “la estación murió y el pueblo se fue con ella. Porque era el motivo del movimiento comercial y social del centro poblado. Merinos es grande porque es una tierra solidaria y de grandes valientes. Allí vivió Lorenzo Burucuá, un lancero nacionalista que peleó en la batalla de Tres Árboles. El 16 de octubre de 1899 se levantó el primer establecimiento escolar en un predio donado por la estancia de Los Merinos. En 1924 había en Merinos alrededor de mil habitantes”.
En este libro también cobran vida ciertas edificaciones que atesoran recuerdos, como la propia casa de Elsa, que en breve cumplirá los cien años. Paralelamente se recuerda la cabaña la Buena Estrella del año 1902 de la familia Piñera. La casa de vacaciones del general Lorenzo Latorre. La capilla Santa Teresita, construida en 1936. También se rescata la imprenta La Campaña que imprimía – entre otras cosas – el periódico semanal Independiente. Almacenes de ramos generales, panadería mecánica y producción de galleta a gran escala. La existencia de restaurantes, hospedajes, una farmacia, dos médicos residentes y el químico farmacéutico Girardini. El almacén de Máximo Montes, que abarcaba varios rubros, de los que se destaca una agencia de venta de combustibles y una planta ensambladora de autos Ford. Una planta de polisulfuros con productos para uso veterinarios. Carpintería, herrería y fábrica de calzados a medida. También funcionó una sucursal del banco de Seguros del Estado. También recuerda en su libro algunos diarios y revistas que se distribuían en Merinos: El Día, El País, La Mañana, El Gráfico, Labores, Para Tí, Mundo Uruguayo, Selecciones de Readers Digest que eran comercializadas por Félix Mauad. Un juzgado de Paz con un oficial del registro civil y la Liga del Trabajo de Merinos, fundada en 1945. La escritora se muestra muy agradecida a Armando Mauad e hijos, Néstor Sorondo, Marta Piñera, Obdulio Silva, Luis Castelvi, los clubes deportivos y a todos los vecinos que de una forma u otra aportaron valiosos testimonios para que este libro se transformara en realidad. También reconoció los aportes de Bertil Bentos, Mirta Cunda, Gloria Gambeta y al presidente de la Liga del Trabajo de Merinos Jean Carlos Menegazzi.
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