Paysandú, Miércoles 20 de Enero de 2010
Opinion | 14 Ene Más allá de la pertinencia o no de una medida en sí controvertida, en cuanto a disponer un paro por 24 horas, con la consecuente afectación de los servicios público y privado y perjuicio para los usuarios, es comprensible que el personal médico se haya solidarizado con la situación de violencia vivida por un colega en el Hospital Escuela del Litoral, aunque el origen del episodio no refiera precisamente a consecuencias de la atención profesional, como sí es el caso de la amenaza con un revólver por una agente policial en la Sala de Maternidad, pocas horas después.
Ocurre que tanto los médicos como otros sectores profesionales y áreas de actividad en las que se establece un contacto directo con la población, están expuestos a que se agudicen situaciones conflictivas exacerbadas por la intolerancia ante la frustración y la búsqueda de resultados inmediatos.
Mucho más aún se generan estos entredichos cuando está de por medio la salud, donde la situación personal o de un ser querido generan por lógica una especial sensibilidad y la emoción y la pasión priman sobre el menor criterio de razón o sentido común.
Pero como bien reflexionaban directivos de la Asociación Médica de Paysandú en conferencia de prensa ante estos hechos, estamos ante la manifestación inequívoca de valores que están primando en los tiempos que corren, donde la fiebre consumista, la búsqueda del resultado inmediato, la radicalización y la intolerancia, el asumir que solo se tienen derechos pero no deberes ante la comunidad, derivan en violencia verbal o física ante quien o quienes teóricamente se interponen ante el objetivo de quienes así piensan y actúan. Por supuesto, no estamos ante un escenario que solo se da en Paysandú y en el país, sino que es un fenómeno de carácter mundial, con manifestaciones propias de cada lugar sí, con el común denominador de actos de irracionalidad extrema sin medir consecuencias, de orígenes diversos pero con resultados similares.
De ahí que no es sencillo establecer un diagnóstico, por cuanto en realidad, en mayor o menor medida, estas actitudes se dan transversalmente en todas las capas de la sociedad, aunque no puede soslayarse que a medida que desciende el nivel cultural hay una mayor tendencia a la búsqueda de “justicia” por mano propia, en el momento en que aflora la reacción emotiva, sin el freno racional a los impulsos y a dirimir los contenciosos por la vía del diálogo.
La gremial médica ha propuesto la creación de un ámbito multisectorial, con participación de sectores representativos de la sociedad y actores directamente vinculados con la problemática, para intercambiar puntos de vista acerca de un tema que es complejo pero en el que es posible poner sobre la mesa una serie de elementos que permitan llegar a delinear un cuadro de situaciones comunes, de forma de identificar con cierta claridad las áreas en las que es preciso y posible trabajar con los instrumentos con que se cuenta actualmente.
El punto es que en esta diversidad coexisten áreas de trabajo en el corto, mediano y largo plazo, una vez logrado un diagnóstico primario, y las eventuales respuestas requerirán acciones coordinadas, con responsabilidades compartidas y con una dinámica de trabajo que solo puede tener éxito en la continuidad y la tarea sistemática. Este es precisamente el talón de Aquiles de estas comisiones, que tras integrarse suelen tener un período de fuerte impulso y entusiasmo, que se va diluyendo con el tiempo, a medida que cada uno en mayor o menor grado sigue metido en lo suyo, con escaso tiempo disponible y ante resultados que no suelen percibirse en lo inmediato.
Es que una sociedad es un tejido sumamente complejo, que no es posible cambiar de un día para el otro, que a la vez tiene el componente del recambio generacional, con actores y protagonismos que van cambiando a medida que se da el proceso y nos encontramos con el paso de los años con que este tejido no es el mismo que el de una década atrás, por ejemplo.
Y sin dudas, el principio de las cosas está en la formación de valores desde la más tierna infancia, en la propia unidad familiar y en la educación, lo que da una idea del tiempo que requiere un proceso de estas características. Pero en el ínterin sí es posible establecer canales de expresión y de diálogo, de canalización de inquietudes en las que el ciudadano común pueda encontrar respuestas a sus problemas dentro de un plazo razonable, para que se sienta escuchado y valorado, por lo menos, y no encontrarse con que se estrella una y otra vez contra una pared de indiferencia y desinterés, como muchas veces ocurre.
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