Paysandú, Miércoles 20 de Enero de 2010
Locales | 17 Ene (Por Horacio R. Brum - Corresponsal). ¡Sandro ha muerto, viva Frei!, es el titular de la edición de esta semana del periódico satírico chileno The Clinic, que se denomina así por la clínica londinense donde fue arrestado Pinochet en 1998. En uno de los tantos quioscos que venden The Clinic, una señora cincuentona hacía un numerito de adolescente, rogándole a la quiosquera, al borde de las lágrimas, que le consiguiera el CD con las canciones del cantante argentino, que había venido con el popular diario La Cuarta del día anterior. Haciendo cola, otra mujer de menos décadas pero igual pasión comentaba que había recorrido varios lugares en busca del disco; mientras tanto, este corresponsal aguardaba pacientemente para comprar su ejemplar de un diario menos popular y se entretenía cavilando sobre las razones por las cuales el ídolo de la pelvis de goma compartió un titular con el candidato presidencial oficialista.
Hace cuatro décadas, Roberto Sánchez se transformó en el símbolo de las pasiones desatadas de una juventud que vivía frenéticamente, tanto en el amor como en la política. Bajo el nombre Sandro y el seudónimo de El Gitano, Sánchez limitó su apasionamiento a las canciones y se cuidó de mezclar su arte con la política, algo que a muchas otras figuras artísticas les costó el exilio o la vida. Adaptándose al paso de los años, pasó a ser el amante maduro y romántico con que las mujeres de una generación frustrada huían en sueños de sus maridos con kilos de más e ideales de menos, en el mundo del conformismo, la precariedad laboral y la glorificación del consumo que se levantó sobre las ruinas de las ideologías de los años ‛70.
Cuarenta años atrás, mientras Sandro ululaba sus “¡Rosa, Rosa!”, el joven ingeniero civil Eduardo Frei se abría camino en los negocios, con la poderosa credencial de ser hijo de un ex presidente de Chile. Tímido participante en política, respiró aliviado cuando los militares destruyeron el experimento socialista de Salvador Allende, aunque se convirtió en opositor a la dictadura, cuando Augusto Pinochet dejó bien claro que no se había deshecho a sangre y fuego de una casta política, para poner el poder en manos de otra. Durante los años del terror, Frei mantuvo una oposición más bien moral al régimen militar y se convirtió en el próspero socio de uno de los grupos económicos más importantes del país; redescubrió la vocación política cuando el rumbo hacia la democracia era seguro y terminó por convertirse en el segundo presidente del Chile libre. Leal a sus amigos empresarios, si bien declaró que había abandonado los negocios al asumir la presidencia, mantuvo las bases del modelo económico de la dictadura, no se destacó por promover reformas favorables a los trabajadores e impuso el concepto de que el país no puede ver su desarrollo limitado por criterios estrictos de protección ambiental. No fue muy innovador en temas sociales y culturales, y prefirió dejar a la polémica parlamentaria asuntos como la ley de divorcio (que sólo se aprobó en 2004, después de diez años de proyectos fracasados).
Cual Sandro al revés, el ex presidente comenzó a construirse una imagen más juvenil y liberal cuando, con el apoyo de la bien aceitada maquinaria de su partido demócrata cristiano, resolvió ser el sucesor de Michelle Bachelet. La aparición del joven diputado izquierdista Marco Enríquez Ominami como tercero en la disputa por el sillón presidencial aceleró ese reciclaje y hoy Frei habla libremente de asuntos que antes le quedaban en la boca del estómago, como la unión legal de las parejas homosexuales, además de rodearse de artistas e intelectuales.
La pregunta de estos días es si todo ese maquillaje servirá para atraer los votos que Enríquez Ominami le quitó al candidato del oficialismo en la primera vuelta electoral. En los foros de Internet y otros ámbitos de discusión abundan las expresiones de rechazo a Eduardo Frei y las incitaciones a votar nulo o en blanco, para castigar a una coalición gobernante que quedó encerrada en los aparatos políticos y quiso adormecer con la estabilidad económica los reclamos de la gente por una sociedad más igualitaria y menos sujeta a las influencias de los poderes fácticos, como los empresarios o la iglesia católica.
Por otra parte, si Frei y el oficialismo pierden, con Sebastián Piñera llega al poder una derecha que no es precisamente la de la imagen moderna y liberal presentada por el candidato opositor. En las votaciones del mes pasado también se renovó el Parlamento y el partido más votado fue la Unión Demócrata Independiente (UDI), que obtuvo 37 diputados, frente a los 18 de Renovación Nacional (RN), el sector de Piñera. Los representantes de la UDI constituyen la base de la mayoría que ha logrado en la Cámara de Diputados la derecha y eventualmente este partido podría decir que Piñera le deberá la presidencia. El problema es que la UDI es la heredera directa del pinochetismo y está bajo una fuerte influencia de los católicos conservadores del Opus Dei, dos características que no han cambiado en estos tiempos de reciclajes y maquillajes, como puede verse en las declaraciones de principios que el partido publica en su página web. Citando a su fundador Jaime Guzmán, quien fue el ideólogo de la dictadura, la UDI asigna a la mujer tres misiones fundamentales: fortalecer la familia, dignificar el trabajo doméstico y fomentar la maternidad. En un documento de la juventud de la colectividad se afirma que “la acción libertadora del 11 de setiembre” -en alusión al golpe de 1973- “salvó al país de la amenaza de un totalitarismo irreversible” y que “el nuevo rostro del marxismo” se expresa en el debilitamiento de la institución matrimonial, los intentos de legalización del aborto y la permisividad.
Pese a todo lo criticable, los dos últimos gobiernos de la Concertación han intentado promover activamente el cambio social, en aspectos como los derechos de las mujeres y las minorías. Todavía queda mucho por hacer, si se compara a Chile con otros países de la región, pero tal vez las ganas de seguir en esa senda (en un país donde las mujeres son la mayoría de los votantes) determinen que la sociedad levante la máscara liberal de la alianza encabezada por Sebastián Piñera y opte por un Eduardo Frei que, aunque reciclado, está rodeado por gente genuinamente comprometida con la democracia y las libertades individuales. Ello, sin olvidar que esta es una sociedad con un sustrato conservador importante, como lo demuestra el hecho de que los votos por la derecha no han bajado en ninguna elección presidencial del porcentaje que obtuvo en 1989 Hernán Büchi, el candidato ungido por Pinochet y ex ministro de Economía del gobierno autoritario.
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