Paysandú, Jueves 21 de Enero de 2010
Opinion | 17 Ene El año electoral, la transición hacia un nuevo gobierno, el desafío de las elecciones municipales de mayo, no han sido óbice para que el verano uruguayo siga manteniendo sus características de siempre y, lo que es peor, con el creciente contagio hacia el Interior de los vicios de siempre de los elencos gubernamentales y burocracia que “reinan” desde Montevideo.
Tenemos así que en el ámbito estatal Uruguay tiene el récord mundial de feriados, donde las oficinas públicas cierran sin ningún remordimiento y dejan sin servicio a la población hasta durante tres días, si se hacen coincidir feriados con el fin de semana, con el argumento de que de esta forma se generaría un turismo interno que dinamiza la economía.
Pero la realidad indica que el país es rehén de la burocracia durante todo el año, y mucho más aún lo es en la larga siesta del verano, tan cara a los montevideanos, al punto que el gobierno de Tabaré Vázquez, lejos de atender los justos reclamos del Interior, hizo honor al refrán de que al que no quiere caldo dos tazas, y aprobó una ley que extiende por seis meses el adelanto de la hora, que en síntesis permite que los montevideanos y habitantes de la zona costera, fundamentalmente, puedan aprovechar más tiempo la luz del sol en la costa, aunque en el Interior nos cocinemos a fuego lento con sol casi hasta la medianoche.
Seguramente muchos sanduceros, como tantos otros ciudadanos en todo el territorio nacional, que seguimos desarrollando actividades en el ámbito privado en el bochornoso estío, nos hemos estrellado por alguna razón con la valla infranqueable de oficinas públicas “descabezadas”, tanto en los organismos nacionales como en las intendencias, en las que las decisiones que no sean de simple trámite quedan postergadas hasta el retorno en quince o veinte días del máximo jerarca, desde que quien o quienes quedan transitoriamente como encargados prefieren no arriesgarse por ninguna opción y al fin de cuentas solo están esperando el retorno de quienes faltan para tomarse ellos mismos el descanso anual.
Un escenario similar se da en las dependencias de gobierno, donde todo queda “stand by” dejando transcurrir apaciblemente el tiempo, que sobra en el ámbito público pero que en cambio es escaso para la actividad privada, donde los emprendimientos de riesgo hacen que todo minuto cuente, y que muchas veces los días que se pierden detrás del sello y trámites inútiles no pueden recuperarse cuando la competencia ocupa espacios que luego cuesta un triunfo conquistar.
Pero claro, estamos en el Uruguay, donde desde las celebraciones tradicionales de fin de año se vive un espíritu festivo en donde ya pocas cosas importan más que “festejar” no se sabe bien qué, porque en esta alternancia de vacaciones y hacer solo lo elemental dentro del Estado, mientras el contribuyente pasa las de Caín en sus ventanillas y sufre la indiferencia de quienes se sienten inimputables y libres de toda responsabilidad, la indolencia veraniega va mucho más allá del propio estío.
Así, mientras discurre enero, ya nos asomamos al carnaval de febrero, que es en nuestro país, --vaya sorpresa-- el más largo del mundo, y se hace durar un mes lo que en Rio de Janeiro –meca del carnaval--se vive solo tres días.
Así, con otro “tironcito” más llegamos hasta Semana de Turismo, sea en marzo o abril, para luego de su culminación --pero no con mucho apuro-- retomar la actividad con la expectativa de hacer más llevadero y acortar lo más posible los meses que van hasta el siguiente fin de año, para retomar el proceso.
Y este escenario se da bajo todos los gobiernos, sin solución de continuidad, porque el Uruguay sigue preso a lo largo de los años de una cultura del facilismo promovida desde el Estado, que por supuesto la tiene fácil porque vive de los recursos que aportan quienes trabajan y producen en cada rincón del país, los que no tienen inamovilidad, los que quedan sin empleo cuando sus empresas se funden, mientras a la vez deben seguir pagando para sostener empresas en rojo del Estado.
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